‘Queridísima mamá’ (Frank Perry, 1981)

Recuerdo que la primera vez que vi Queridísima mamá pensé en mi madre. Su carácter era a prueba de budistas; tenía el poder de desquiciar a cualquiera, creía firmemente en el poder de las collejas y en la efectividad pedagógica de los correazos. Era una buena hija de su generación. Cuando yo era niño y tenía la mala ocurrencia de preguntarle qué había para comer, ella espetaba “¡comida!” utilizando ese molesto tono agudo que, en el fondo, quería decir “la próxima vez que me preguntes gilipolleces te parto la cara”. Ni John McClane fue tan duro.

Así era la señora. Pero jamás llegó a los extremos que aparentemente alcanzó Joan Crawford, los mismos que el director Frank Perry intentó retratar en esta película. Pero, ¿por qué deberíamos dar alguna credibilidad a la historia? La respuesta es simple: el guión tomó como base el libro autobiográfico escrito por Christina Crawford, su hija adoptiva. La venganza es un plato que sabe mejor frío.

 

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Amor de madre

Queridísima mamá introduce al espectador en el lado más oscuro de la legendaria actriz y lo hace sin ninguna consideración por el mito. Por el contrario, el relato nos presenta a una Crawford incapaz de establecer una relación sana con sus hijos adoptivos, extremadamente dominante, violenta, egoísta y emocionalmente sádica; se adentra en su alcoholismo y en la forma en que dicha adicción condicionó los vínculos con su entorno, tanto los personales como los profesionales. Es, en definitiva, la descripción de una mujer patética que se niega a aceptar la realidad de su propia decadencia.

A pesar de lo interesante que pueda parecer la historia, lo cierto es que no tuvo ninguna repercusión después de su estreno. Al menos ninguna positiva. Las críticas fueron pésimas y los únicos premios que logró fueron 5 Razzies, destacando el de Peor guión y el de Peor actriz, injusto galardón para Faye Dunaway, que está impecable encarnando a una Joan Crawford dominada por la frustración.

 

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Con Queridísima mamá ha pasado lo que en tantas otras ocasiones: el tiempo le ha hecho algo de justicia. Se ha transformado en un clásico del biopic y ha sido valorada como lo que es: la cruda fotografía de una personalidad compleja, de un ícono de la interpretación, de un símbolo de la sexualidad del Hollywood de aquellos años (por algo Bette Davis dijo de ella "se ha acostado con todas las estrellas de la Metro Goldwyn Mayer, salvo con la perra Lassie"), pero que fue incapaz de dominar los demonios que terminaron por consumirla.

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