No, no he visto ‘Juego de Tronos’

No, no he visto ‘Juego de Tronos’; ni he leído los libros.

Cuando la serie ‘Juego de Tronos’ irrumpió en las retinas de todo el mundo, una especie de repentina fiebre absorbió al universo, y focalizó las conversaciones de los bares hacia una única temática posible. Esta conversación, lejos de ser pesada en sus comienzos, lanzaba al aire nombres y frases como: “Que cuerpazo tiene Khal Drogo”, “Madre mía con la rubita pequeñaja” y/o “Jon Nieve en verdad es un cobarde”, y olvidaba todo lo que aconteciese al mundo en general.

Los inconvenientes de ser un marginado

Yo, sin embargo, me quedaba observando a la Coronita, el café cortado o la copa de Ballantine’s que tenía en mi mano, intentando en vano pillar la conversación en algún punto, o cambiarla por un tema que se centrase más en algo que a mi me interesase; ejemplo: “Chicos, ¿habéis visto que golazo metió Benzema?”; ¿Habéis visto ‘Los Mercenarios 3’ y como la lía Antonio Banderas?” o recurriendo a cosas más primarias como “¡Vaya pivón tenemos enfrente, gente!”.

En vano. George R.R. Martin se había adueñado de las conversaciones entre amigos, y ya no era capaz de romperlas del hechizo ni el incesante vibrar de los móviles que presagiaban mensajes en WhatsApp, ni el espectáculo de la participación de no se qué personaje en Eurovisión. Y, claro, ante el silencio que se montaba por mi persona en torno a la conversación, la pregunta no tardaba en llegar, con su fría y despiadada cuchilla de desaprobación general y cierto retintín de pena: ¿Pero, no has visto ‘Juego de Tronos’?

Y ahí estaba el tío; frente a dos, tres o cuatro amigos que no hacían otra cosa que hablar del Muro y de un invierno más largo que cualquier domingo sin fútbol y, cuyos compañeros, conocedores de mi desconocimiento, centraban la conversación entre ellos con detalles tan minúsculos y desapercibidos para el resto de los mortales como acercar su silla a los demás, o apoyar la cabeza frente al brazo que tenía yo delante.

Un hombre hace lo que tiene que hacer

Había que poner remedio a semejante despropósito. El desplazamiento de las conversaciones estaba llegando al punto de hacerme sentir verdaderamente incómodo, y ni el suave sabor del limón en el tercio lo arreglaba. Iba a ponerme a ver ‘Juego de Tronos’.

Comienzo. Temporada 1. Final. No puedo más. Me quedo con tres o cuatro detalles que me resultaron curiosos, y que –COMIENZO DE LOS SPOILERS DE LA PRIMERA TEMPORADA- me descolocan: Ver a Khaleesi arañarse las uñas del bestia que tiene detrás en un momento romántico; más, muchos más, demasiados diría yo, momentos románticos; cierta lengua que sale de cierta garganta gracias a Drogo; ¿en serio han decapitado al colega ese de la espada enorme? y…preguntas incesantes sobre quien es quien, y lo gracioso que le quedan los vestido a la rubita pequeñaja –FIN DE LOS SPOILERS DE LA PRIMERA TEMPORADA- eran todos los comentarios que saqué adelante.

No había manera; yo no iba a acabar enganchado a una serie de la que tanto me hablaron, y de la que tanto me esperaba. Y lejos de ser mala, que no lo es, es que no le encontraba el mejunje necesario para que yo arañase horas de reloj como lo hacía con ‘Perdidos’ con el fin de poder ver un capítulo más. Iba a seguir siendo el marginado.

Enemigo público; el extraño; el marginado; el “rarito”… todo eso llegué a ser por parte de mis amigos, que llegaron a presentarme en discotecas a mujeres como: “Este es Jaime. Por muy mono que lo veas, no ha visto ‘Juego de Tronos’ jamás”; y lo raro no era que los (insertar insulto aquí) de mis amigos me presentasen así; lo extraño era que la mujer en cuestión se acercaba, te daba dos besos y te decía: “¿En serio?”.

El mundo se iba al garete, y ni el mismísimo bíceps derecho de Jason Momoa podía remediarlo. ‘Juego de Tronos’ inundaba desde las conversaciones y la parrilla, hasta las críticas, merchandising, modas e incluso castings.

El problema era sencillo: no me gustaba ‘Juego de Tronos’, y a todo el mundo le gustaba ‘Juego de Tronos’. Pero, como si cualquier Jack Nicholson me hiciese de terapeuta, tomé como opción el hecho de quererme tal y como era, y olvidar que las conversaciones se focalizasen tanto. Las películas que nadie veía las veía yo –tengo la creencia de haber salvado a ciertas productoras yo solito-, empecé a correr, e incluso aprendí a tocar la guitarra; todo por el hecho de no ponerme a ver una serie que no me gustaba, y de no gritar una afirmación que no podía decir en público.

Para querer a los demás, primero hay que quererse a uno mismo

No, no he visto ‘Juego de Tronos’; ni he leído los libros.

Sé que es una serie maravillosa, que está bien hecha, que hay sangre, traiciones, amor, sexo y otros cuantos ingredientes que la hacen ser una autentica obra de arte en cuanto a las producciones mundiales, pero, a mi, no me termina de llenar, y me siento muy desenganchado de la misma a pesar de que vea los capítulos que se me pongan por delante. Su originalidad es latente e innegable, obra del grandísimo autor, y su montaje resulta ser una muy digna obra y ejemplo para el resto; pero, no todo el mundo posee los mismos gustos, y como tal y para muestra un botón, aquí hay un servidor que prefiere ver un capítulo de ‘Cómo conocí a vuestra madre’, y dejar los Drogo, Khaleesi , Lannister y compañía para la selecta multitud que se sienta en los bares a no dejarnos al resto hablar de cosas tan importantísimas para el devenir del país como “Vaya pepino de Ronaldo”; “lo mejor que tiene esa camarera es el arte al echar las cañas” o “como reparte Statham en ‘Transporter’, chicos”.

Por que, al fin y al cabo, lo que menos importa de salir a tomar algo es lo que tomas.

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