‘La Piedad’, sin miedo al abismo (Eduardo Casanova, 2022) | Sitges 22

Eduardo Casanova con su segundo largometraje, ‘La Piedad’, se consagra como uno de los realizadores españoles más peculiares y particulares de nuestro cine, lo que significa también polarizable y controvertido. Para poneros en contexto, en ‘Pieles’, su excelente ópera prima, aúna todas las claves que conforman sus cortometrajes. El resultado es un bello canto poético a lo diferente. Una crítica mordaz y ácida a la hipocresía de la sociedad en que vivimos, poblada de prejuicios y de simplicidad.

Mateo vive con su madre Libertad en un mundo color de rosa: un microcosmos que tiene precisamente dos habitantes, madre e hijo. Un día a Mateo le diagnostican cáncer…

Es una lástima que ‘No te quites la máscara para que nadie te vea’ sea el lema oficial del mundo, dando más importancia al poseer que al ser. Aquel film fue inclasificable, no se pudo encorsetar en un único género, teniendo, entre otras, la influencia del clásico de Tod Browning ‘Freaks’, de ‘El hombre elefante’ de David Lynch, o Pedro Almodóvar, en cuyas películas el color rojo es fundamental. Del mismo modo, Casanova siente una peculiar atracción por el rosa, color que contrasta con la tragedia de los personajes.

Sí que es verdad que esta segunda película (un melodrama excepcional cuyo título referencia directamente al cuadro homónimo del maestro Miguel Ángel) es menos radical que ‘Pieles’ en términos visuales, pero más salvaje y brutal en el contenido (en cualquier caso, la belleza de lo horrible y la fascinación en el horror tienen cabida). Tanto la atmósfera (enrarecida, asfixiante y hostil) como su puesta en escena, voluntariamente artificial, crean una sensación de irrealidad, decorado y sueño pesadillesco (una morada en un no lugar).

Una experiencia extrema y atrevida, llena de ironía, tragedia, poesía visual y alegorías, con las cuales se instala perpetuamente en la incomodidad. Un libérrimo relato abismal y edípico (sin miedo alguno a caer en el riesgo ni de bordear el límite) que afronta la maternidad (sobreprotectora a niveles horripilantes) como enfermedad, o viceversa, y las relaciones de poder obsesivas, tóxicas y angustiosas que desembocan en decadencia.  

Ángela Molina, Manel Llunell, Ana Polvorosa, y el  resto, están brillantes. Como en sus anteriores trabajos (cortometrajes incluidos), esta intencionada e hiperbólica y subrayada (a veces redundante) autoficción (catártica para el propio autor) sigue la misma línea estética y temática, y habita el mismo cosmos singular. El uso de los colores rosa o pastel, los decorados kitsch, el terror surrealista, el contenido tragicómico, melodramático y folletinesco, el humor extraño, los acusados planos angulares, entre otros elementos, constituyen una cinta mayúscula que en absoluto le tiene pavor a mirar fijamente al abismo, aunque éste, impertérrito, le devuelva siempre la mirada.

Tráiler de ‘La Piedad’

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