Crítica de The Broken Tower
(James Franco… ¡como director! – Vol.III)

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Cinco años después de Good Time Max, James Franco compone con The Broken Tower la culminación de su personal y perverso estilo cinematográfico, el zenit para alcanzar a tocar el cielo de su particular cruzada de planteamientos eclécticos, rupturistas y anti convencionales. Con una puesta en escena histérica y voluptuosa, adapta las características del montaje emocional soviético para impartir un curso avanzado de efectismo y manipulación de la imagen, un recurso que se ve potenciado por su peculiar impronta visual basada en una ignominiosa cascada de imágenes causticas y elocuentes, una planificación compositiva fragmentaria y disociativa que conjuga desenfoques, iluminación discontinua e intermitente, sonidos estridentes arbitrarios y las rupturas bruscas y continuas del discurso narrativo articulado como un sentir creativo que bebe más del impulso que del raciocinio neutral.

Estos elementos son algunas de las trampas del lenguaje interno de Franco que, en definitiva, busca alternar talantes orgánico-distantes y crear un marcado distanciamiento brechtiano que es provocado concienzudamente por el autor para romper la identificación del espectador con algo que considera cierto y guiarle en la toma de conciencia de que está viendo un espectáculo de luces, imágenes y sonidos. Se nos cuenta un recorrido por los sucesos más relevantes en la biografía del escritor homosexual Hart Crane, que se suicidó prematuramente ante la presión social y la enfermiza homofobia de esta. Sin embargo, el lenguaje visual que utiliza su creador, alérgico al convencionalismo y la empatía, dista concienzudamente de una aproximación implicadora por semejante tormento personal.

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Otros componentes brechtianos que pone en práctica con frecuencia son la observación distante del entorno social, la alusión metafílmica tomada de géneros, estilos y tendencia clásica pero manipulada y actualizada, así como el comportamiento, en muchos casos, muñequizado de unas creaciones que se sostienen de forma más artificiosa y unidimensional que tangible, dado el carácter de simbolismo experimental que recorre la cinta.

Franco se revela como un realizador muy dotado para radiografiar emociones con una narrativa sin cohesión interna y para otorgar un inefable sentido estético a la hora de representarlas. Esto se demuestra en su uso conjunto del filme concebido como elemento de manifestación y exploración expresiva libre y radicalizada, función que revela la emoción íntima de su creador como autor inconformista a través de las posibilidades psicotécnicas de la cámara. También a la hora de granjear consistencia a sus concepciones onírico-fragmentarias que actúan como atajo laberíntico enraizado y de incomprensible raciocinio.

En The Broken Tower existen numerosos pasajes que rompen con las estructuras lógicas de un texto, explicitando la condición de confesión íntima y no de ficción cinematográfica con pretensiones naturalistas. Su guión está concebido como un activo intangible donde representa las tormentas y los vampiros interiores. Un desarrollo surgido del subconsciente o de las obsesiones de James Franco por caricaturizar y deformar la realidad a su antojo. En el caso de esta película, manipulando hasta la histeria un planteamiento de género con raíz en el cine negro hollywoodiense más estandarizado. Pretensión existencialista de plasmación de autoconciencia que se transforma en opaca literatura de espíritus cuadrangular y geométrica.

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Su cine, libertario e insobornable, es claro heredero de la síntesis creativa daliniana y de las proporciones abstractivas de la danza contemporánea: planteamientos que no se sujetan a la lógica, germen motivacional basado en el impulso más que en la composición, tosco desarrollo de fábula egomaníaca intransferible en su emotividad que busca pretendidamente el asombro y el impacto antes que la interacción con la audiencia.

La mirada de James Franco está, decididamente, concebida como expresión libre de prejuicios e intereses comerciales, a contracorriente de planteamientos industriales, cuya implicación artística provoca la suficiente elocuencia e hipnosis como para mostrar un pérfido interés hacia las propuestas del creador curtido ante la cámara, a pesar de que estas, como en el caso de este filme, se muestren simplemente como un valiente e interesante logro para su director sin pensar demasiado en la existencia de un público activo. El intachable aislamiento autoral de esta película nos debe incitar a creer en la seguridad de que este tipo es, por encima de todo, inconformista e irreductible.

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