‘Freud’ (Marvin Kren, 2020) Tótem y tabú |Netflix

Un joven Sigmund Freud resuelve desapariciones y asesinatos en la Viena de finales del siglo XIX, donde él y una médium se ven inmersos en una peligrosa conspiración.

Me sorprende la mano de palos que le ha llovido a esta serie, tratándose de un honesto y desenfadado producto de entretenimiento que da lo que promete, lo cual no puede afirmarse de muchos de los que pueblan las parrillas de las tres o cuatro plataformas digitales mayoritarias. O sea, diversión a raudales y espíritu folletinesco, así como una saludable dosis de caspa y carcoma finiseculares.  

Presumo que, si estuviera basada en un cómic —perdón, novela gráfica— de Alan Moore, seguramente más de uno de los que la han puesto a caer de un burro la consideraría poco menos que sublime. Porque abundan los puntos de contacto, tanto en lo argumental como en lo estético, con la estupenda ‘Desde el infierno (From Hell, 2001)’; eso sí, despojados de la pacatería que, aún hoy, adorna a las producciones de Hollywood.

También presenta rasgos netamente expresionistas, tales que sus mefistofélicos villanos, la desmedida pasión por las sesiones de espiritismo y la alegría con que los personajes se mesmerizan unos a otros. La recreación de las cloacas —literal y figuradamente— de la civilizadísima Viena fin-de-siècle con sus valses y arquitectura Sezession, la descarnada exhibición de las partes pudendas de aquel no tan idílico Mundo de ayer que evocara Stefan Zweig, resultan, en fin, una delicia bizarra.

Sólo cabe entender la despectiva acogida que lo anterior ha merecido al común de los críticos en un contexto de desfreudización —con perdón del palabro—, tras décadas, un siglo ya, de colonización de todos los ámbitos de la vida por parte de la teoría psicoanalítica, en sus múltiples vertientes. Con la furia del converso y el arrepentimiento del ex, nada de lo que huela a Freud se antoja ahora admisible, y ello a pesar de seguir aplicando sus categorías de manera inconsciente. ¿Ven? Yo mismo lo acabo de hacer.

En el otro extremo del continuum hater-temporal encontramos a los creyentes, que todavía quedan, para quienes el retrato que se hace de su tótem —farlopero como Tony Montana y más salido que un adolescente— constituye un insulto imperdonable, diríase incluso digno de un duelo al amanecer. Ni unos ni otros han comprendido que todo es una gran broma nietzscheana, un sonoro bofetón a tanta tonta solemnidad.

Cierto que para encarnar al padre de la psicología moderna quizá hubiera convenido recurrir a un actor menos guapo y algo más competente que Robert Finster, alguien que trasluciera la inteligencia que se le supone a tamaña luminaria, y no semejante taco de madera cuyo mayor mérito parece circunscribirse a su buena percha.

Por suerte, le da la réplica una turbadora Ella Rumpf, joven mezcla de Rachel Weisz y Eva Green que pone en liza todo ese nervio del que carece su insípida contraparte. De hecho, tanta es su entrega que en ella la personalidad disociada parece una posesión demoníaca, y no precisamente de perfil bajo: la moza anda la mitad de los capítulos hecha un abanto.

Claro que, de lo expuesto puede colegirse que las medias tintas no van demasiado con los responsables de esta serie. Ni falta que les hace, de vez en cuando apetece comer picante, ¿no?

¿Pasa el corte?
Overall
3
  • Originalidad
  • Edición y montaje
  • Fotografía
  • Banda Sonora
  • Guion
  • Interpretaciones

Lo mejor

  • La sórdida (y muy sugerente) relectura de la Viena finisecular: hipnosis, caspa y orgías satánicas.

  • La desquiciada interpretación de la joven Ella Rumpf, sólo le fata bajar escaleras haciendo el pino-puente.

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