‘El congreso’ (Ari Folman, 2013)

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Todo cuanto acaba de decirme, lo saben hasta los niños, y no puede ser de otra manera. El progreso no pudo más que seguir esa vía desde el momento en que después de los narcóticos y los alucinógenos se pasó a los llamados psicofocalizadores de poderosa acción selectiva. (…) Los narcóticos no separan al hombre del mundo, sólo modifican su relación con el mismo.” Estos fragmentos pertenecen a la novela ‘El congreso de futurología’ del escritor Stanislaw Lem. Esta obra, junto con ‘Solaris’ o ‘El invencible’, representa la manera de ver el futuro del autor polaco; así como una visión distópica de lo que sucederá.

En la novela original, se narra la asistencia del astronauta Ijon Tichy (personaje recurrente en la obra del escritor) al Congreso de Futurología, que se celebra en Costa Rica para hablar sobre la preocupante sobrepoblación que existe en el mundo. Lem muestra un mundo dominado por drogas alucinógenas y somníferas; al que cataloga de “farmacocracia”. Un lugar donde, para evitar pensar en un futuro apocalíptico, las personas se dopan para poder ser felices. Muestra un mundo con paz estable, sin pobreza, ni hambruna, ni violencia y lleno de felicidad colectiva. Lem basó su obra en ‘Un mundo feliz’ de Aldous Huxley. El cineasta israelí, Ari Folman, estuvo interesado en este relato de Lem y, tras el éxito de ‘Vals con Bashir’, decidió adentrarse en este universo. Y en ese cosmos hay que adentrarse.

El congreso 2

Sin embargo, para Folman la novela de Lem es más una base para crear su propio universo, que va a caballo entre acción real y animación, partiendo la película en dos y con un significado diferente. El director lleva a su terreno la obra. El viajero espacial Tichy es sustituido por la actriz Robin Wright, que se interpreta así misma en una versión alterna. Aquí se muestra a la industria del cine, una empresa que desea prescindir de los actores y, simplemente, escanearlos y que sus copias sean las que actúen. Es así como la actriz, reticente al inicio, accede finalmente a ser escaneada por un contrato de veinte años.

Aquí finaliza una primera parte donde se muestra claramente una crítica al sistema de producción industrial del cine. Un lugar donde las superproducciones y los beneficios importan mucho más que los intérpretes, que son tratados como meros peones del medio. Lo que importa es que los espectadores tengan una imagen idealizada de la sociedad, nada más. Folman pone en evidencia una realidad cada vez más presente, ¿hasta qué punto es un actor o un efecto especial lo que se ve?, ¿de verdad es Andy Serkis el simio Caesar o son los efectos especiales los que han hecho la verdadera labor?

El director da un salto en el tiempo para mostrar una visión que va más allá de una crítica al sistema industrial y deshumanizado del celuloide presente. Veinte años después, una envejecida Robin Wright asiste a un congreso de la productora para hablar sobre las nuevas formas de entretenimiento futuro. Aquí se inicia la película de animación, necesaria para mostrar un torbellino de surrealismo que sería imposible de ver con acción real. La distribuidora ha dado un paso más allá, ya no será necesario ver películas, el público desea vivir las experiencias (“beber a las celebrities”).

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A partir de aquí, se muestra el viaje de Robin Wright por un mundo de fantasía. Un mundo surrealista donde, gracias a fármacos alucinógenos, la gente puede hacer lo que le venga en gana. Se vive en armonía. Se puede ser Clint Eastwood en una película de Sergio Leone o Michael Jackson vestido como en el videoclip de ‘Thriller’. Con referencias artísticas tanto a la cultura pop como a obras clásicas. La quimera surrealista en el que se ha sumergido el mundo es una especie de ‘El jardín de las delicias’, de El Bosco, futurista y psicodélico que, estéticamente recuerda a los filmes de animación para adultos de Ralph Bakshi, a las películas de ciencia ficción de René Laloux o a ‘Paprika, detective de sueños’ de Satoshi Kon. Su forma, algo paródica, hace que también vengan a la mente los antiguos cortometrajes de los Looney Tunes.

Folman acierta mostrando dos significados, relacionados, pero claramente diferentes. Su mundo surrealista y fantasioso nos deja con cuestiones que en el cine no se habían visto de esta manera desde hacía tiempo. ¿La globalización ha provocado que estemos cada vez más sedados acerca de la realidad en el mundo? ¿Sería capaz la gente de sacrificar su libertad a favor de un beneficio individual y colectivo? ¿Las nuevas tecnologías ayudan a este ensimismamiento? Múltiples cuestiones llegan a salir de una obra que sólo se puede catalogar como maestra. ‘El congreso’ es una película de obligado visionado, sus sensaciones y mensajes son tantos que la percepción de cada uno provocará verdaderos debates a posteriori

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