‘El abuelo que saltó por la ventana y se largó’ (Felix Herngren, 2013)

Cuando, por allá por sepa Dios el momento y conozca alguien el lugar, mi interés cinéfilo se acrecentó hasta hacerme ser el empedernido visualizador de obras que soy hoy en día. Comencé a visionar todo aquello que pasaba por mis manos, pues consideraba al mismo cine el precursor de un estilo de vida desinteresado de nuestras personalidades propias, y encabezonado en hacer del disfrute y evasión de los problemas nuestra forma de vida.

Cada película que pasaba por mis manos, era desgranada y escudriñada por mi joven cabeza, emborrachándome mismo de todos aquellos aspectos de la misma que me parecían fascinantes y gloriosos. Cada película que veía tenía algo bueno que llevarse a la boca; absolutamente todas.

Después me hice mayor, supongo.

Mi decisión cabezona de crecer con el cine me ha llevado a ver auténticos bodrios y sandeces en pantalla que harían revolverse en su tumba al mismísimo Ed Wood, y alzarse de entre los muertos para reclamar la destitución de su nombre con cierto “premio” que posee. Cantidades insanas de películas que asolaban las taquillas y videotecas del mundo desde Reikiavik hasta Kuala Lumpur llegaron a deteriorar en mí la idea de que el cine poseía una magia impropia de todo aquello tangible, y que las dos horas de media que una producción nos regala no iban más allá de la búsqueda de ciertos beneficios a costa del televidente. Y puede que sea asi, eso es algo que no soy quien para discutir.

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Pero luego, haciendo gala del dicho “siempre encuentras algo entre la mierda que no tiene desperdicio”, me encuentro de lleno con títulos como este: El abuelo que saltó por la ventana y se largó. La idea de una película sueca, mi gusto por los goles de Zlatan Ibrahimović, y  un título visto en su idioma natal que produciría arcadas de saber pronunciarlo (Hundraåringen som klev ut genom fönstret och försvann) me golpearon como una bofetada y me hicieron interesarme por la misma.

La película ronda y aborda el tema de la vejez y el placer por la vida de un hombre encerrado en un marco que no le agrada como paseo final para su vida. Amistad y aventuras cogidas de la mano en una travesía histórica a lo largo de la existencia de este hombre, y de todos los momentos que lo hicieron ser quien es. De manera divertida e incluso boba, se limita a hacer lo que mejor sabe hacer el cine, que es entretener; y encuadra toda su existencia girando alrededor de la idea de una recreación fílmica sobre las ganas por revivir y escapar.

Saltar por la ventana como un anciano ha de ser un trabajo arduo, al igual que adaptar un best-seller para todo director. Felix Herngren fue el encargado, y reunió para ello a Robert Gustafsson, Iwar Wiklander y David Wiberg; en una cinta plagada de extras cuyos nombres no aparecen tan pronunciados como deberían. -¡Ay, Einstein!

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Frente al regalo o a la pesadilla que pueda parecer el trabajo de director y actores, la consecución final de la película encuentra su amanecer en la confraternización; en un pequeño vestigio de humildad amable y abrazada por todos los integrantes que recrean la historia a lo largo de sus 114 minutos.

Las imágenes resultan hipnóticas y agradecidas, mezcladas en la trama principal con pequeños clichés de humor que se refrotan con el surrealismo de ciertas circunstancias y momentos de la historia. Esta trama, alrededor de este abuelo lleno de hastío por su situación actual, son una sonrisa en la cara de la tristeza, y la ejecución de los actos que contiene y que propone eliminan la misma tristeza de una boca curvada hacia arriba con escenas simples y llanas, muy por debajo de la fotografía que blockbusters insulsos y desazucarados nos puedan regalar.

Es absurda y accidentada, y exactamente no consigues saber si te recuerda a La vida secreta de Walter Mitty o ‘La vida secreta de Walter Mitty te recuerda a ‘El abuelo que saltó por la ventana y se largó; pero es divertida y simpática; y lo más importante, hace recordar a un adulto aquel cine que de pequeño le hizo hincar la rodilla para ofrecerle su corazón al cine con un anillo de diamantes en la mano.

Y eso, como mínimo, es para estar agradecido.

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