‘Anarchy: La noche de las bestias’ (The Purge 2)
(2014, James DeMonaco)

    Al ser humano siempre se le han dilatado las pupilas cuando ha intentado fijar la atención sobre su propia maldad, ya sea en tanto que individuo cuando se miraba en el espejo o en tanto que especie al realizar una panorámica de su entorno. Por ello, no es de extrañar que haya fantaseado frecuentemente con un mundo donde el dolor, el sufrimiento y las bajezas desapareciesen o, en el peor de los casos, fueran excepciones cuya irrupción en el día a día se encontrase totalmente controlada. En la novela “Un mundo feliz” de Aldous Huxley una de las principales bases de su sociedad perfecta se encontraba en el consumo Anarchy La noche de las bestiashabitual del ‘soma’, una droga que permitiese erradicar cualquier malestar emocional ("un gramo de soma cura diez pensamientos melancólicos"), y del uso de otra sustancia secundaria que, tomada de forma puntual, permitía que los ciudadanos liberasen durante 2 horas la rabia contenida en los años previos, vaciando, por decirlo así, la ponzoña del alma; algo similar es lo que viene a proponernos James DeMonaco con ‘Anarchy: La noche de las bestias’ y su predecesora ‘The Purge: La noche de las bestias’ (2012), donde el ‘soma’ sería la garantía de las estadísticas (menos de un 5% de paro y la práctica desaparición de la violencia callejera), así como de una suerte de “selección natural” guiada por la mera economía, mientras que, por otra parte, la descarga de adrenalina tendría su homólogo en el cumplimiento anual de “la purga”, una noche en la que es legal todo tipo de crimen, incluido el asesinato. Con ello se plantea, sin duda, una de las premisas más atractivas del cine reciente y, por ello mismo, dos de los films más decepcionantes, pues allí donde brillaba el punto de partida, la historia que lo envuelve termina fracasando.  

    El objetivo de esta secuela estará orientado a ampliar el universo de su predecesora en lugar de desarrollar la historia anterior, retomando para ello el mismo detonante narrativo, pero llevando la cámara a las calles en lugar de volver a introducirnos en el interior de una mansión rica y protegida. Gracias a esta decisión 'Anarchy' conseguirá superar a su predecesora especialmente en dos ámbitos: por una parte, porque con ello conseguirá transmitir brillantemente la tensa atmósfera de caos, inseguridad y desamparo que se respira en esa ciudad aparentemente deshabitada e insegura, tan bien reflejada durante los primeros 45 minutos (gracias en parte a una dirección más solvente que en la película anterior); por otro, porque esto le permitirá enriquecer ampliamente el imaginario de ese Estados Unidos regido bajo el báculo de los Nuevos Padres Fundadores, gracias a lo cual consigue hurgar más profundamente en la herida ética que abría la primera: el origen de la maldad en el hombre. Si bien en la actualidad parece bastante asumida la teoría psicológica del psicoanálisis freudiano según la cual hay en el hombre purge-2-party-finaluna pulsión de muerte (thanatos) como elemento complementario del instinto de conservación (eros), el film nos sitúa en medio de la discusión acerca de si ese afán de destrucción y apropiación debían su existencia a la propia condición antropológica (como mantenía Hobbes con su famoso “El hombre es un lobo para el hombre”) o si venían motivadas por su condición política y social (Rousseau), pues si bien todo el metraje se encuentra plagado de maníacos que atemorizan a la ciudad – cumpliendo con ello ese enfoque poco halagüeño de la naturaleza humana – también nos encontramos de forma simultánea con la recurrente voz femenina que subraya por megafonía los grandes beneficios sociales de la purga y, sobre todo, con la creación de ese grupo especial del gobierno encargado de mantener las estadísticas y el espíritu de aniquilación desatado tras el ocaso. Todo ello, además, vendría aderezado con otras dos ideas tremendamente sugerentes, como son la insensibilidad derivada de una obsesión desmedida por la economía (ahí están los ricos apoyando la causa para mantener su status quo o pagando a los pobres para poder desatar sus bajezas en la tranquilidad de sus casas con la misma impunidad con la que en la realidad los bancos desahucian a familias enteras) o, en un plano más abstracto, subrayando el hecho de que en la actualidad lo único que aún goza de una mínima sacralización es la vida humana, pues en una noche en la que toda transgresión es posible la única opción planteada por la película es la del asesinato indiscriminado, ya sea por diversión, venganza o supervivencia, como rezan sus carteles promocionales. 

Carteles Anarchy (The purge 2)

    Sin embargo, todas esas virtudes no dejan de ser momentos de inspiración pasajera o de riqueza especulativa que se diluyen en una historia totalmente previsible en la que guionista y director están mucho más presentes que los propios personajes, forzando en todo momento la locura colectiva para evitar cualquier remanso de paz, y llevando al ridículo ciertas situaciones hasta el punto de desaprovecharlas, como el feliniano momento de la subasta, donde a pesar de su ingeniosa situación caricaturiza tanto a sus integrantes que pasa de la admiración a la risa en cuestión de segundos. Así, pues, al igual que ocurría con la primera película, el principal problema, más allá de lo endeble de su guión, es que ambas carecen de todo tipo de empatía y, por lo tanto, debilitan cualquier intento por realizar una reflexión ética profunda, pues, por un lado, están los maníacos, a los cuales el espectador rechaza generalmente situándolos en el bando contrario para, por otra parte, ponerse del lado de los que tan sólo quieren sobrevivir y que, si se ven en la obligación de matar lo hacen únicamente para salvar la propia vida, lo cual el receptor acepta como una decisión evidente. Por ello, lo que uno se plantea – y lo que probablemente deberían preguntarse sus responsables – es que tal vez la mejor manera de hacer honor a una premisa tan interesante sea poniéndola a ella de fondo, en el horizonte, planteando a los espectadores hasta qué punto estaríamos dispuestos a aceptar los 364 días restantes la existencia de una noche como ésta, pues, al fin y al cabo, lo más probable es que la noche de la purga en sí, en la cual todo está ya decidido, sea realmente lo menos interesante de la misma

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