‘La canción del mar’ (Tomm Moore, 2014)

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La mejor manera de empezar a hablar de ‘La canción del mar’ es citando al escritor ruso León Tolstói, que dijo: “¿Qué edad hay mejor que aquella en que las dos mejores virtudes, la alegría inocente y la necesidad de amar, eran las dos ruedas de la vida?” Un cuento sobre la pérdida materna, una antigua leyenda convertida en realidad.

El realizador irlandés Tomm Moore es uno de los más prometedores del panorama de la animación europea. Tras la excelente ‘El secreto del libro de Kells’, el autor continúa esa estela de crear cuentos modernos combinándolos con el folclore autóctono de su país, convirtiendo el aparente regionalismo en un mensaje universal que acerca su cultura al resto del mundo.

La madre de Ben le cuenta una vieja historia, la de los Selkies, hadas del mar de apariencia humana que son capaces de transformarse en focas. Pero al poco de contarle esta fábula, la madre muere durante el parto de la hermana pequeña de Ben, Saoirse. Años más tarde, el hermano mayor se comporta muy mal con su hermana pequeña. Sin embargo, la inocente Saoirse se introduce en el mar y se convierte en una Selkie. Esto provocará que una antigua cuenta pendiente del pasado surja y que la niña sea la única que puede poner equilibrio entre el mundo real y el mundo mágico.

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La fábula, el cuento, ha sido el medio más básico y más puro para narrar a los niños relatos con moralejas, enseñanzas o advertencias. Moore aprovecha la sabia de lo tradicional para crear una historia sobre la pérdida de un ser querido, sobre las heridas abiertas y de cómo hay que tener todo un proceso de redención para poder cerrarlas y continuar en el maravilloso pero difícil camino de la vida. Ese trasfondo, visible para el adulto, el niño lo verá a través de un mundo mágico con Selkies, hechiceras, lechuzas o hados. Una combinación interesante que se realza gracias a la animación tan íntima y personal de Moore, que convierte cada fotograma obras de arte que rinden tributo a las antiguas leyendas celtas y al cine fantástico de los años 80.

Como hizo otro maestro, Michel Ocelot, con ‘Kirikú y la bruja’ o como pasó recientemente con la magnífica ‘Ernest y Célestine’; Moore resucita a la animación tradicional en una de sus más bellas expresiones. El cineasta ha sabido recoger las excelentes fuentes contemporáneas de la animación europea. Las escenas mágicas recuerdan a esas joyas de orfebrería que eran las producciones animadas del mítico estudio soviético Soyuzmultfilm.

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La pérdida del ser querido, de una madre, a tan temprana edad, visto desde con la mirada inocente y tierna de la infancia. Eso es un arte muy difícil de llevar a cabo. Ya lo dijo Jean-Jacques Rousseau: “La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras”. Y con ese respeto, Tomm Moore crea una obra maestra universal, un canto a la vida, al perdón, a la fraternidad.

Es diferente a su predecesora, ‘El secreto del libro de Kells’, que ahondaba más en temas más adultos y no tenía esa labor hacia la infancia. Con ‘La canción del mar’, Moore comparte una experiencia extrasensorial de sentido, de acuarelas cerúleas y hermosos y melancólicos cantos. Y todo envuelto en la fábula clásica, en aquella que hicieron inmortales a obras como ‘Dumbo’, ‘Bambi’, ‘La reina de las nieves’, ‘Los cisnes reales’ o ‘Momo’. Incluso en su visión más contemporánea con ‘Los mundos de Coraline’, ‘La oveja Shaun: La película’ o ‘Minúsculos: El valle de las hormigas perdidas’.

La melodía de la vida, en su más original estado, se muestra con tanta delicadeza que sólo queda aplaudir y celebrar que todavía quedan relatos por contar a la antigua usanza. Que la magia de la aclamada Pixar es posible verse en acuarelas, bocetos y acetatos también. Una obra maestra que hace de Tomm Moore una de las grandes promesas del cine de animación europeo. El telón se abre y la intriga por la siguiente obra ya existe.

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