Crítica de ‘Tenéis que venir a verla’ (2022, Jonás Trueba): la catarsis post-pandémica

Al contrario de lo que se suele pensar, hay en el terreno de la sencillez una tierra fértil para la brillantez. Lo recargado, lo acelerado, lo retorcido, parecen haber invadido todos los rincones de la legitimidad narrativa expulsando a lo simple del imaginario colectivo. Esa tendencia se plasma en el cine (recordemos esas cualidades de la imagen de Lipovetsky y Serroy), pero afectan de manera directa a l’esprit du temps. Por ello, encontrarse películas tan pequeñas, minúsculas, pero absolutamente reconfortantes en su lenguaje como ‘Tenéis que venir a verla’ no deja de ser milagroso. Otro logro más de Jonás Trueba.

Ya el comienzo es toda una lección. Esos primeros planos hieráticos, encajonados, parcos, se vuelven una eternidad para todo espectador prevenido de su corta duración de 65 minutos esperando ver una película acelerada que no pierda el tiempo. Cuatro planos que marcan ya un tempo fílmico, pero al mismo tiempo configuran una nueva forma de estar.

Superada esa supuesta eternidad, todo lo que viene es un precioso retrato sobre la (in)comunicación, donde los afectos se construyen sin que haya una verdadera sincronía entre todos sus personajes. De hecho, lo más divertido (porque sí, es una película muy divertida si la tomas con el cariño que merece) es ver cómo cada personaje, en sus digresiones y en sus pasiones, está realmente solo casi hasta los últimos compases. La resistencia de los urbanitas a visitar a sus amigos en el extrarradio al irónico son de Bill Callahan, las falta de conexión emocional ante el desgarro emocional del tabú del aborto, o la soledad absoluta de la pasión por Sloterdijk no son más que recovecos que permiten explorar la distancia entre todos sus protagonistas.

Itsaso Arana al comienzo de la película escuchando a Chano Domínguez

No hay tesis detrás ni voluntad de adoctrinamiento ni tampoco un proceso de convicción. Lo que experimentamos, si nos fijamos, es un constante desplazamiento de la identificación donde ningún personaje nos representa pero al mismo tiempo nos componemos de pequeños trozos y momentos de cada uno de ellos. La frustración, la soledad, la desubicación, la euforia, la sátira, el aburrimiento, la conexión… todo ello, universal, aparece reflejado en las distintas escenas e interrelaciones entre ese grupo de gente que también somos nosotros y que en cierto modo, después de una crisis de aislamiento, se ha olvidado (y en cierto modo ha perdido el interés) de cómo estar-en-común. Seres en canoas que ya no sabrían coordinarse en una piragua.

Sin embargo, como fruto de ese contacto inconexo, la película nos empuja (a nosotros y a sus personajes) hacia una verdadera catarsis. La risa y la complicidad, poco a poco empieza a asomar, y una pista de ping-pong se convierte en la arena perfecta para volver a encontrarse. Las parejas se entremezclan, el plano se comparte y, lo más importante, los individuos disfrutan… estando juntos.

Tan sutil y tan firme es la evolución y el tránsito del aislamiento a lo compartido que, de repente, en sus últimos minutos no solo lleva la reflexión hasta la convivencia entre el ser humano y el entorno natural sino que, a través de una risa irresistible de Itsaso Arana, se permite desbordarse incluso como objeto fílmico. En contraste con aquellos primeros planos cerrados, la película se rompe, se vuelve catarsis y celebración del grupo, convirtiéndose con ello en terapia de sí misma, pero también de todos nosotros, espectadores, parte fundamental y a veces olvidada de ese “común” que – tal y como anuncian los fragmentos de Olvido García Valdés – demasiado a menudo se nos escapa entre las yemas de los dedos.

Tráiler de ‘Tenéis que venir a verla’

Otras recomendaciones de cine español son:

Cinco lobitos’, el tiempo entre cuidados (Alauda Ruiz de Azúa, 2022)

Crítica de ‘El cuarto pasajero’ (Álex de la Iglesia, 2022)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *