‘Sueño de invierno (Winter Sleep)’ (Nuri Bilge Ceylan, 2014)

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El turco Nuri Bilge Ceylan es uno de los pocos autores que se pueden catalogar como artesanos. Conforme va realizando largometrajes, estos tienden a profundizar aún más en los temas que aborda. Si con ‘Érase una vez en Anatolia’ ahondaba en la naturaleza del ser humano a través de un crimen, en este ‘Sueño de invierno’ (Winter Sleep) se adentra en los sentimientos a través de la dialéctica, los silencios y los paisajes.

Porque este sueño se inicia por un evento que, a simple vista, hubiera parecido leve. Aydin es un actor retirado que dirige un hotel rural en Capadocia, Anatolia central, con la ayuda de su esposa, mucho más joven que él y de la que está distanciado, y de su hermana, que está superando un reciente divorcio. El frágil equilibrio empieza a resquebrajarse cuando el frío invierno va llegando a la estepa, el hotel se convierte en el refugio del intérprete jubilado y en el escenario de pesadumbre. Un mero incidente con uno de sus inquilinos, provocará una serie de sucesos dramáticos.

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El director crea un ambiente decadente, opresivo, bello y melancólico. Todo está entrelazado. El invierno en la Capadocia es bello pero agobiante, sus tonalidades tétricas son poéticas pero opresivas. Sus fuertes contrastes de color entre los días de nieves, las tardes junto al fuego, la reflexión en los despachos. Todo lleva un halo de angustia, de tediosa desazón. Sus personajes surcan un torrente de silencios incómodos y conversaciones crudas, diplomáticas pero duramente hostiles. Es increíble cómo Ceylan ha elucubrado un lienzo que tiene reminiscencias del largometrajes de Igmar Bergman como ‘La carcoma’ o ‘Secretos de un matrimonio’; de obras de Antón Chéjov de la talla de ‘La gaviota’, de Fiódor Dostoyevski y sus ‘Noches blancas’, de pequeños relatos como los de León Tolstói. Como dijo la filósofa francesa Simone Weil: “Al luchar contra la angustia uno nunca produce serenidad; la lucha contra la angustia sólo produce nuevas formas de angustia.”

Ceylan con esta lúgubre quimera supera sus ya excelentes trabajos ‘Los climas’, ‘Tres monos’ o ‘Nubes de mayo’. Y es que el realizador turco engloba los anhelos propuestos en estas tres obras combinadas en esta magnífica perla. En esto, el cineasta recuerda a los Hermanos Dardenne. Los cineastas belgas fueron alumnos aplicados y tienen la habilidad de contar historias de corte similar con diferentes perspectivas y abundantes imágenes que rozan el pseudo-documental; el director turco tiene esa misma soltura al contar relatos de corte, e incluso escenario, similar pero dándole a cada largometraje su propia esencia, su propio enfoque. En su ‘Sueño de invierno’ toma la estación más fría del año, la rellena de falacias familiares y sociales y la pincela con ataques de nostalgia y posesión.

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“Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, mas nunca bondadosos» dijo Cicerón. Y es una frase que puede resumir un film de 195 minutos. Quizás ese es su punto flaco, el exceso de metraje le juega a la contra a una película que cuenta con varias coberturas. Es cierto que no decae en ningún momento pero también es verdad que no es una propuesta sencilla. Ceylan es un artista y sus intenciones finales no las desvela hasta el último cuarto de obra. Rodea al espectador, le irradia con los sentimientos de sus personajes, le provoca al público una reflexión sobre el orgullo, la vergüenza, la ira, el rencor, la espiritualidad, la religión. Y una vez ha conformado esto, encierra a sus personajes junto con el público a una puesta en escena final donde todo lo dicho provoca una catarsis de sensaciones e introspecciones. Una experiencia teatral y de sinestesia de obligado visionado para aquel amante del cine. Porque esto, señores, hace honor a la máximo expresión de lo que significa séptimo arte.

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