‘La señorita Julia’ (Liv Ullmann, 2014)

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“Aún crees que soy débil: crees que te amo, porque el fruto de mi vientre deseaba tu semilla; te crees que quiero llevar tu linaje bajo mi corazón y por toda mi sangre; dar a luz a tus hijos y tomar tu nombre. ¡Eh, tú! ¿Cómo te llamas? Nunca antes había oído tu apellido; parece que en realidad no tienes ninguno. Yo sería la “Señora Portera” o “Madame Basura”. ¡Tú, perro que llevas mi collar! (…) ¡Se gana el laurel en suciedad y acaba en una prisión!” Estos fragmentos pertenecen a la obra de teatro ‘La señorita Julia’ del sueco August Strindberg, uno de los máximos exponentes literarios de su país. Conocido sobre todo por su faceta de dramaturgo, fue el máximo exponente de la renovación del teatro sueco y precursor del llamado teatro del absurdo y del teatro de la crueldad. La imagen de Strindberg es muy simbólica para entender la filmografía de Ingmar Bergman, puesto que influenció en sus largometrajes. El texto de ‘La señorita Julia’ fue un compañero de viaje constante en la vida del director escandinavo.

Catorce años después de ‘Infiel’; la actriz y directora Liv Ullmann, musa del gran Bergman, vuelve a ponerse tras la cámara para adaptar la obra de Strindberg, la que marcó al cineasta sueco. Como hiciera a principios de año Roman Polanski con su ‘La Venus de las pieles’, esta adaptación teatral replantea las relaciones personales entre lo femenino y lo masculino. Como ya hiciera con ‘Infiel’, la realizadora noruega trae a la vida a un difícil triángulo amoroso.

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Se abre el telón con una delicada y metafórica escena con una Julia niña saliendo de casa. Al pasar a la siguiente escena, ya con la protagonista adulta, se inicia la trama, los diálogos fríos y las miradas sadomasoquistas. Es curioso cómo Ullmann da vida al texto de Strindberg; puesto que la obra original contiene ciertos tintes misóginos: la imagen femenina como símbolo de poder sexual que legitima las diferencias de clases y lo que el poder patriarcal influye. La diva nórdica lo trasforma en incómoda discusión de clases, de género, de amor. Hija de un distinguido conde, la señorita Julia aprovecha la ausencia de éste en la Noche de San Juan para relajarse y dar rienda suelta a su poder como miembro de la clase alta. Coquetea con Jean, el fiel criado del aristócrata, lo seduce delante de Christine, la cocinera y prometida de Jean. Él, de clase inferior, está enamorado desde tiempo de la joven pero sabe que no puede ser de ella, que pertenecen a mundos distintos. Cuando el acto se consume, los caracteres de ambos cambian; ella se muestra frágil, mancillada; él se muestre despiadado, vengativo.

La lucha de clases y sexos que se plantea resulta muy interesante, pese a su ritmo barroco y estética clásica. En especial, por las increíbles actuaciones. Jessica Chastain es una femme fatale, una dama trágica, un joven frágil y ofendida, una mujer poderosa. Todo ese cúmulo de sensaciones se junta con las de Colin Farrell, el humilde y fiel sirviente que se muestre enamorado e inocente para convertirse en un canalla y cruel tirano. Con este duelo de personalidades, que rozan lo esquizofrénico, se añade una tercera en discordia, Christine, interpretada por Samantha Morton, cocinera de la mansión y prometida del criado, esta joven representa la sensatez, la cordura, la religiosidad. Entre este huracán, la cocinera es la calma. Es verdad que este planteamiento no ha sido actualizado del todo, y que Ullmann enseña un relato que parece filmado en otra época pero esas actuaciones magistrales hacen disfrutar de lo absurdo, de lo cruel, de lo extremo.

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Como pasó en la producción de Polanski, el escenario sólo es la mansión del Conde con momentos concretos en los que los protagonistas dan un paseo por el campo. Pero ese ambiente resulta cerrado, opresor. La artificialidad teatral le ayuda a reducir realidad para mostrar una obra metafórica. Ullmann cuida al mínimo detalle el escenario, la música: una compilación de obras de Chopin, Bach, Schubert, Schumann y Arensky. Quizás se echa en falta que no esté ambientada en Suecia, pero la Noche de San Juan en Irlanda, la cineasta la convierte en Escandinavia por un momento.

No resulta tan redonda como ‘La Venus de las pieles’, ‘Diplomacia’ o ‘El cuento de la princesa Kaguya’ y puede ser que su excesivo metraje como su texto con sabor a añejo resulte tedioso para algunos, pero esa delicadeza con la que Liv Ullmann inicia este perverso vals y esas magníficas interpretaciones hacen de ‘La señorita Julia’ la experiencia más teatral que se puede vivir en el cine.

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