‘Girlhood’ (Céline Sciamma, 2014)

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Jean Cocteau dijo: “La juventud sabe lo que no quiere antes de saber lo que quiere”. La realizadora francesa Céline Sciamma cierra una trilogía sobre la niñez y adolescencia femenina con diversos enfoques alejados del convencionalismo. Primero se zambulló en el mundo de la natación y el enamoramiento con ‘Lirios de agua’; después fue testigo del ambiguo despertar de la identidad de género con ‘Tomboy’; ahora llega ‘Girlhood’, con cuatro nominaciones a los Premios César y selección oficial de la sección Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2014, donde Sciamma deja de lado el despertar de la identidad sexual para enfocarse en otros inicios de la vida.

Para Marieme la vida es una sucesión de prohibiciones. Se siente agobiada por su familia, por la escuela y por la implacable ley de los chicos del barrio. Pero su vida cambia cuando conoce a un grupo de chicas de espíritu libre. Entonces cambia su nombre, su modo de vestir y abandona la escuela para ser aceptada en el grupo. Convertida en Vic, abraza el código de la calle donde se mezclan violencia, amistad y libertad.

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La directora y también guionista vuelve a utilizar a intérpretes casi amateurs para darle mayor realidad a la trama. Intuitiva, Sciamma sabe seleccionar a un elenco solvente, creíble y, especialmente Karidja Touré con un papel protagonista intenseo y desgarrador que tranquilamente es comparable a la excelente interpretación de Adèle Exarchopoulos en ‘La vida de Adèle’. El grupo de actrices, y una vez incidiendo en Touré, muestra de manera espontánea lo que significa nacer y vivir en un barrio marginal a las afueras de París y bajo una familia de inmigrantes. Una generación perdida que no llega a identificarse con los valores franceses, en parte por un tipo de rechazo racista en parte por un sistema que no fomenta la integración, y que va a la deriva en un ambiente sórdido.

Sciamma sabe manejar una trama que hubiera podido ser tratada de forma sensacionalista o cargada de buenas intenciones pero carente de realidad. El racismo, el problema del islam en la sociedad occidental actual es tratado elípticamente, la directora no hace hincapié en esos asuntos sino que se enfoca en la realidad del día a día. Se aleja del tipo de cine social de Laurent Cantet para acercarse más al de los Hermanos Dardenne visto desde una perspectiva femenina y juvenil.

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Marieme es un símbolo que ejemplifica modelos de comportamiento de ciertas zonas como también sirve para hacer autocrítica con su propio país; todo mezclado con la bomba que significa ser adolescente, una etapa en la que las sensaciones y sentimientos se magnifican. La joven está atrapada en un círculo vicioso en el que debe madurar antes de tiempo, conviviendo con una tiránica imagen masculina que tiene atemorizadas tanto a ella como a sus hermanas, con unos padres ausentes debido a que deben trabajar con jornadas completas y explotadoras. La muchacha no puede creer en un sistema que no le ayuda a salir ese abismo. Entonces, se convierte en presa fácil de ese círculo vicioso de malas compañías, pandillas, alcohol y delincuencia.

El descenso a los infiernos de la chica asusta, fascina, desgarra por dentro. Como dijo Homero: “La juventud tiene el genio vivo y el juicio débil”. La niña comete errores propios de su edad con unas consecuencias que la atrapan más en su intento de proclamar su libertad. Notable despedida con sabor agridulce el de ‘Girlhood’, debido a que la cineasta, con una trama y unas interpretaciones exquisitas, no sabe cerrar el círculo adecuadamente dejando un incoherente último acto que desluce un comienzo brutal y prometedor. Pecata minuta en todo caso; puesto que esta banda de chicas consigue, pese este defecto, resplandecer cuales diamantes que brillan en el cielo.

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