‘Filth, el sucio’ (Jon S. Baird, 2013)

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Cuando se ve en los títulos de los carteles promocionales de la película: Basada en la novela de Irvine Welsh, autor de ‘Trainspotting’; la película se antoja muy apetecible. No tanto por la novela sino por el gran largometraje de Danny Boyle. Y es que la película del célebre Boyle marcó un antes y un después en el cine británico. ‘Filth, el sucio’ corre a cargo de Jon S. Baird, su segunda incursión como director.

El detective Bruce Robertson es el detective de policía más maleducado, pervertido, misántropo, drogadicto, racista, homófobo y adicto al sexo de Edimburgo. Pese a eso, Bruce quiere conseguir ascender en la comisaría. Y está claro que parece ser el más indicado para el puesto, sus compañeros no son tan ávidos como él. Pero no todo juega a favor de él, ha ocurrido un ataque racista contra un estudiante de intercambio japonés que ha acabado con la víctima muerta y el inspector jefe quiere resultados rápidos. Bruce llevará el caso y será su momento para demostrar que es el ideal para el ascenso y así conseguir contentar a su esposa.

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Si algo le gusta a Welsh es mostrar un Reino Unido suburbial, con fuertes cargas de violencia, intolerancia, sexismo, nepotismo, racismo, homofobia, momentos escatológicos y un claro tono políticamente incorrecto sobre la sociedad británica. Eso en ‘Filth, el sucio’ se muestra prácticamente en el personaje principal, Bruce Robertson, al que interpreta magistralmente un James McAvoy que desea quitarse la imagen de elegante y noble caballero británico. El actor escocés recoge todos esos elementos mostrando a un policía corrupto, enfermo, caótico, onanista, esquizofrénico, un torbellino de locura y vicio que llega a marear.

Y es que ‘Filth, el sucio’, cuya palabra “Filth” en inglés significa inmundicia, suciedad o desperdicio y que desea mostrar, en la película, un tipo de metáfora acerca de la inspectoría de policía en Edimburgo acerca de la mala praxis de unos agentes perdidos entre tratos de favor, drogas y tráfico de influencias. El director lo muestra de manera caótica; y es que es difícil adaptar una novela donde hay un monólogo de la lombriz solitaria que parasita en los intestinos del protagonista. Esos momentos de alucinaciones escatológicas son mostradas en la película como buenamente se puede a través de conversaciones en sueños con el psiquiatra de Bruce junto con alucinaciones con cabeza de cerdos y otros animales.

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James McAvoy está acompañado por un grupo de secundarios que aun dan más locura e inverosimilitud a la película. Y los secundarios no son desconocidos, Gary Lewis, Jaime Bell, Emun Elliott o Shirley Henderson son nombres que destacan entre esos policías cocainónamo, esposas insatisfechas, trepas y miembros de logias. Punto y a parte las actuaciones magistrales de Eddie Marsan, al que se le verá próximamente en ‘Nunca es demasiado tarde’, que interpreta al cándido Clifford, el único y verdadero amigo de Bruce; y de Jim Broadment, como el psiquiatra del protagonista y que aparece en sus lunáticos sueños.

Con ciertos momentos que recuerdan a las primeras películas del Torrente de Santiago Segura, aunque con pinceladas dramáticas, tragicómicas y travestismo. ‘Filth, el sucio’ muestra momentos gamberros e incorrectos. Su mayor problema, que hace que no sea un film para recordar, es su esperpéntica trama, que no se sabe hacia donde va. Su espiral de vicio y locura resulta excesivamente confusa y no se ve cuál es el mensaje final de una película que a pesar de contar con una fuerte crítica social, no ahonda en un tema concreto.

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