Amor

¿Cómo se define?

Etéreo e incoloro; con ápices de manifestación. Loco pero cuerdo; doloroso pero gratificante; furioso pero amable. Perceptible e invisible; alterado o puro. Único, fuerte y elegante. Grácil; estúpido o necesario. Nuevo, viejo, a estrenar, de color rosado y púrpura; ecléctico, ambiguo, paradisiaco, arraigado y bello. Atrayente y atraído; detonante de consecuencias y detonado por causas. Maravilloso. Imperceptible, antiguo, extraño o esperado. Simpático, lento y dulce; furioso, rápido y posesivo. Persuasivo. Ansioso. Caliente.

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La definición de algo tan propio de la naturaleza del ser no es posible realizarse de manera sencilla; sin caer en tópicos, o en explicaciones científicas o de otro ámbito que no se pueden acercar; ni remotamente, a la comprensión de algo que no posee parangón en la historia. La idea principal de algo suele venir transcrita al lado de una definición que, en muchos casos; fue tomada del pensamiento de sabios y conocedores de la verdad y la razón para promulgarla; y hacerla globalizada y completa para todos.

Dicha definición; aceptada por todos o no, fuerza e insta al sujeto que se ha mantenido alejada de ella hasta el momento detonante de la misma a tomarla como verdadera; como la correcta y la única. Universal. Y las cuantitativas posibilidades de esto se ven en la forma que dicha explicación cambia a lo largo del trayecto; adoptando formas que no se llegan a comprender, y que se mantienen alejadas de la principal. De modo que, cada cual; comienza a tomar por sí mismo una explicación propia; a pesar de que pueda o no ser la correcta según los expertos, y la transcribe para sí mismo, haciéndola valedora y perfecta. Es decir: crea su definición de lo que no comprende, y lo toma como verdad. Y es en la magnificencia del ser humano, tanto para lo bueno como para lo malo, donde entra el hecho y la posibilidad de hacerlo tal que así; sin la necesidad de poseer el visto bueno de una masa global.

Visto bueno que se mantiene como algo así:

(Del lat. amor, -ōris).

1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.

2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.

3. m. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.

Y esto es lo correcto. Lo universal. Lo que se ha mantenido a lo largo del tiempo como la verdadera explicación para un sentimiento que fue concebido como irracional y magnificado por impulsos; por corazón. Y a través de veintiuna palabras se intenta explicar algo por lo que muchas personas han perdido la razón; por lo que otras se han quitado, o han quitado la vida; la razón por la que han existido guerras, viajes increíbles y epopeyas históricas. A través de veintiuna palabras se intenta hacer entender el por qué un sentimiento es capaz de volver loco al más cuerdo, y de por qué morirías y matarías por una persona.

El amor, como sentimiento que manda a tomar por culo a la razón; y que acerca un corazón a otro corazón, intentando fundir ambos latidos al mismo y constante ritmo; intenta ser explicado a lo largo de un renglón; y a lo ancho de una definición única que hemos de tomar como la correcta.

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Pero… ¿Dónde entra el cine en todo esto?

En su propia definición. En explicarlo exactamente como le da la gana, y como entiende el amor él mismo. Explicándonos, desde la pantalla a nuestra butaca; como todo se reduce a un sentimiento inexplicable; e inexplicablemente nos explica el por qué, el cómo, y la consecuencia de aceptar este sentimiento en nuestra vida y nuestro corazón; nuestro ser. El amor como sentimiento cumbre de la montaña de la irracionalidad del sujeto; manteniendo a flote las esperanzas y la idea de ser y estar, con; por y para alguien.

Así se ve en Titanic (James Cameron, 1997), una de las historias de amor rodadas más reconocidas del celuloide. Jack da su vida por Rose, en un amor del que los bajos del enorme transatlántico fueron testigos entre sudor y nervios por la prohibición latente de un amor que no debía ser; pero que fue. Un amor; un sentimiento hacia la otra persona que rompe las barreras de la categoría invisible que otorga el poder y el dinero. Un amor que transcribe la historia de la vida de dos personas encontradas por casualidad, y para las que el sino tenía un oscuro futuro. La muerte de Jack propicia la vida de Rose. Y Rose vive su vida con Jack en la memoria, sintiendo ese sentimiento irracional que rompe otra barrera: la muerte.

Así pues, el amor otorga la categoría de magnífico a lo meramente sensitivo; y sucumbe ante lo irracional y el corazón; desmontando teorías y definiciones, y atrayendo ante sí la propia definición del sujeto, activo o inactivo por el motivo que sea en la sensación de este sentimiento.

Habitación en Roma (Julio Medem, 2010) nos transporta a otra definición. Al verdaderamente extraño amor que se condensa en cuatro paredes. Dos mujeres, que se encuentran en una habitación, de una ciudad, de un país; y cuyo romance hace vibrar los cimientos de todas las definiciones posibles del amor. El amor previo, la pasión del presente y la angustia al futuro, y al saber que sucederá. Todo lo que nos proyecta Julio Medem en esas cuatro paredes de la capital italiana está centrado en el amor; y en la locura por un sentimiento entre estas dos almas, donde la fuerte sostiene a la débil en un perfecto equilibrio; y donde esta siente su pecho atravesado por una flecha al vislumbrar como acabará; y como el amor revuelve mentes y razones, haciéndolas poseedoras de una locura por otra boca, otro corazón, otro cuerpo, otro sexo y otra alma. Pero en términos de amor, de relación, ¡Olvídate de mí! (Michel Gondry, 2004) nos proporciona esa angustia y conmoción. Conmoción ante la necesidad de olvidar, de desear el no; de ansiarlo y volverte tremendamente loco por él. Nos proyecta cadenas irrompibles hacia el amor, y una instancia a atraparlo y condensarlo tan dentro de ti que la locura se vuelve monitorizada por tu propia sensibilidad y por tus adentros. Amor extraño como el que más. Amor, al fin y al cabo. Amor como en Paris, je t’aime, donde diversos directores muestran su propia definición del amor a traves de ella.

Pero; ¿y los amores predestinados? Es decir; el hecho de que algo suceda, por que verdaderamente tenía que suceder. Un número en un libro perdido, encontrado después que el tiempo juegue con tus movimientos, y tecleado. ¿Ahí hay amor? Es decir ¿posibilidad de amor tras tiempo y olvido? Serendipity (Peter Chelsom, 2001) plantea mil cuestiones. Y responde muchas de ellas.

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¿Y para qué?

Te puedes quedar buscando un beso a medianoche; o un amor de alta fidelidad, pero dicho sentimiento no tiene la definición globalizada como la verdaderamente correcta para todos; poseyendo consigo misma millones y millones de ápices diferenciativos que marcan el motivo y la razón por la cual se explica de una manera o de otra; y donde todos y cada uno de los sujetos tienen su propia manera de verlo, vivirlo y sentirlo; sin necesidad de dicha explicación, de dicha definición.

Puedes encontrar el amor en tu pareja; tu madre; tu amigo; en el fútbol del domingo o en el café de sobremesa; pues el sentir algo por un alma, un instante o una vivencia propia de cada uno, posee un golpe de magia que no es atribuible a ninguna manera universal de comprenderse; condensando exquisitamente millones de características propias para un alma u otra. Sentir amar, sentir ser amado y sentir el amor alrededor de cualquiera otorga alas de inspiración; y se concentra como el motor cinético más poderoso que se pueda hallar, dando poderes de administrador al ente que lo adquiere, y haciéndole fluir por una montaña rusa de emociones que cabalgan a un ritmo que, muchas veces, escapa a nuestro propio control.

Por tanto, lo que verdaderamente sería lo correcto; a visión de un humilde servidor, es que lo universal fuese instar, y cerciorarse de que cada uno utilice su tiempo para la búsqueda de su propia definición. De esos instantes únicos donde sientes tu alma mezclarse con otra, y tu corazón latir con otro. De ese sitio en el que te encuentras cálido en invierno, y sano estando enfermo. Buscar el momento en el que tu vida siente un revuelo de mariposas escapando, y donde sientes que el sentido es distinto a lo que tú contemplabas. Buscar algo y que cada uno le ponga su propia y puñetera definición si debería ser global. Buscar ese alma por el que morirías, y por el que matarías. Eso es único.

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Pero ya lo dijo Tristán (más o menos): No sé si la vida es más grande que la muerte, pero el amor fue mejor que ambas.

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