‘Torrente 5: Operación Eurovegas’ (Santiago Segura, 2014)

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Hay cierto tipo de películas que se convierten en placeres culpables difíciles de confesar en sociedad. Sin embargo, los datos demuestran que esos placeres funcionan bien. Ejemplo de ello es la saga de Torrente, cuya quinta entrega llega ahora a salas españolas. Santiago Segura vuelve a meterse en uno de los personajes más reconocibles y, paradójicamente, carismáticos del cine español.

En esta quinta película se está en el año 2018, José Luis Torrente ha salido de la cárcel después de varios años. Se encuentra aturdido ante una España convulsa y dividida. Decide encontrar respuestas en su interior para despejar su confusión y, por ello, decide convertirse en un hombre al margen de la ley. Así que se propone atracar un casino con una banda caricaturesca. A través de un contacto, Torrente se alía con John Marshall, la persona que se ocupó de crear la seguridad del principal casino-hotel de Eurovegas. Juntos crearán una estrategia para cometer el robo más importante del siglo.

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Si un efecto consigue esta saga construida por Santiago Segura es que no deja indiferente a nadie. Torrente levanta pasiones en todos los estratos. No es nuevo que la crítica la mire con desdén, especialmente las secuelas que vinieron después de la primera película de 1998. Y es que este ex inspector de policía saca a relucir una cara de España que, por mucho esfuerzo que se ponga, forma parte de la naturaleza colectiva patria. Las cintas de Segura muestran a una sociedad donde, a la menor oportunidad, se evaden impuestos; en la que la tercera edad saca ventaja de su situación a la primera de cambio; en la que el desinterés en el sistema político que ha provocado una continuación de un gobierno que no es querido por nadie. Al igual que las películas de Quentin Tarantino pueden ser catárticas y canalizar la ira o el odio hacia determinado tipo de comportamientos; el personaje del amiguete Segura es un canalizador satírico de una sociedad española que sobrevive en una situación crítica.

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Un gran punto a su favor es la habilidad de ofrecer algo diferente a lo visto en sus secuelas anteriores pero con el mismo envoltorio. El guión que ha escrito Santiago Segura está mucho mejor estructurado que en las películas predecesoras. Y es que la parte más vulgar y obscena llena de chistes fáciles y homenajes al Atlético de Madrid y El Fary siguen siendo esenciales para mantener la marca Torrente pero son dadas en pequeñas dosis, las justas para contentar a los seguidores más leales y no cansar a los menos constantes. El otro filón de la saga, los cameos y los gags, consiguen convertirse en un reclamo acorde a la trama no quedándose como un punto y a parte de la película. Y es que el tiempo entre una producción y otra ha permitido crear una historia central donde los demás danza alrededor de ella. Una coherencia que se echó en falta en la tercera y cuarta entrega.

Con un ritmo coherente y equilibrado, las aportaciones artísticas del elenco ayudan a darle mayor notoriedad a esta quinta entrega, Julián López recoge el testigo que le ha dejado Gabino Diego con el personaje de El Cuco y lo hace solventemente. Carlos Areces o Fernando Esteso cumplen con sus papeles. Alec Baldwin actúa sin reservas y sin tomarse en serio a sí mismo. El actor estadounidense es más que un reclamo hollywoodiense y muestra una de sus caras más guasonas. Incluso los ajenos a la interpretación como Angy, Jesús Janeiro o Anna Simón están correctos en sus puestos. Mención aparte el elegante homenaje que se le hace al desaparecido Tony Leblanc, presente en todas las películas. Con todos estos ingredientes, Santiago Segura ha creado una estupenda obra palomitera cañí que con una mirada ácida, se convierta en una de las mejores de esta particular pentalogía.

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