¿Por qué todos hablan de ‘The end of the f***ing world’?

Para los romanos fue el cabo de Finisterre. Para otros, el Apocalipsis o el cometa Haley. Para estos dos adolescentes es un roadtrip hacia ninguna parte. El fin del mundo puede ser algo muy diferente dependiendo de la concepción del “mundo” que tenemos cada uno. ¿Pero, por qué todo el mundo habla de esta serie?

‘The end of the f***ing world’, sin spoilers

1. Por sus personajes

Si aún tenías dudas sobre el género, no, esta no es una historia de amor. Un psicópata en potencia y su malhumorada y redicha compañera de instituto completan el dúo de antisociales que protagoniza ‘The end of the f***cking world’. Pero lo que podría haber acabado en otra serie de instituto sobre los raros de la clase, va mucho más lejos a través de un roadtrip lleno de nuevas experiencias para ellos y de descubrimientos para el público.

Con caracteres altamente definidos, Alyssa y James crean un cóctel molotov en el que es casi imposible predecir qué pasará o qué piensan realmente el uno sobre el otro. Él, un adolescente imbuido por una anestesia emocional que esconde oscuros secretos, no tardará en evolucionar. Y ella, que nunca deja entrever qué hay de pose o realidad tras su cara angelical y sus bruscos modales, pronto se convertirá en un dechado de defectos que enamorará a cámara y público.

2. Porque recoge la esencia de la comedia negra

El humor británico rebosa por los poros en esta comedia que se desliza entre lo divertido y lo políticamente incorrecto. Desde temas tabú, haciendo especial hincapié en la muerte y el sexo, pasando por la burla de instituciones como la familia, a través de casos totalmente disfuncionales, o la falta de control sobre sus vidas, tan creíble por la corta edad de los protagonistas, cocinan una comedia en la que se masca la tragedia a cada paso.

3. Por que es una adaptación de una novela gráfica

Cuando un cómic como éste es el punto de partida, se puede decir que ya tienes el storyboard hecho de antemano para desarrollar todo lo demás. Los guiones precisos adaptados al lenguaje audiovisual gracias a la novela de Charles Forsman desencadenan una dirección de actores brillante, una fotografía impoluta y un refuerzo a través de la Banda Sonora que veremos más adelante, sacando el máximo partido a este buen material.

Y todo ello a través de una adaptación de un libro de 2011. ¿Quién dijo que hay que esperar decenas de años para reinterpretar una obra? Gracias a ello, la serie adquiere un cariz totalmente contemporáneo sin necesidad de elementos tecnológicos ni referencias contextuales, sino con una historia y un lenguaje que reflejan la sociedad actual mientras todo apunta a que puede envejecer muy bien en el tiempo.

4. Porque no le sobra ni un segundo

Su formato de 8 capítulos de 20 minutos, suficientes para contar una historia completa, es otro de sus grandes aciertos. Harto de las series que se alargan más de lo debido para monetizar, el público parece aclamar más que nunca aquello de que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y su ritmo, por momentos trepidante, en ocasiones contemplativo, provoca una sensación vertiginosa altamente adictiva.

Eso sí, no por ello han cerrado la puerta a una segunda temporada anunciada entre las series renovadas de Netflix para el próximo año, que esperemos que siga cumpliendo los estándares a los que nos tiene acostumbrados.

5. Por su banda sonora

La sátira llega a su máximo esplendor a través de rythm and blues de los 60 y cantautoras francesas ponen ese punto irónico en los momentos más inesperado. Paradojas como la imagen de ese delicado adolescente impasible mientras besa a una chica guapa a la que no puede dejar de pensar en cómo asesinar, cobran aún más sentido con una música romántica de fondo, con letras totalmente pensadas para cada ocasión.

6. Porque en 2017 se pueden seguir creando series diferentes

El último de los motivos, y no por ello menos importante es que, desde el primer segundo, te das cuenta de que esta es una serie distinta. Su frescura y originalidad han puesto a The end of the f***ing world en boca de muchos, y los responsables, Jonathan Entwistle y Lucy Tcherniak, dos directores noveles con poco más que algunos cortos en su acerbo, han traído consigo sangre fresca.

La forma de narrar una historia ya de por sí peculiar ayuda a que el espectador no se despegue de la pantalla ni un segundo, dejándose llevar sin saber muy bien a dónde, pero seguro de que el viaje merecerá la pena.

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