Quentin Tarantino (III) : ‘El cumpleaños de mi mejor amigo’

En 1984, Quentin Tarantino era un desconocido en el mundo del cine. Un joven que intentaba hacerse valer, dar a conocer su nombre y apellidos, y colocar sus historias y guiones en los lugares en los cual, a su criterio, merecían estar.

Y en el año 87, a finales de la década de la licra, la ropa ajustada y los peinados estrambóticos, Tarantino tenía sobre la mesa una historia que escribió junto a su amigo Craig Hamann, y 5000 dólares americanos para hacerla realidad. La historia era sencilla; la fiesta de cumpleaños de Mickey, por todo lo alto, al que su novia le acaba de dar la patada.

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Así pues, se pusieron a trabajar, y grabaron un film en de 69 minutos de duración –que arrasaron un incendio, pudiéndose recuperar únicamente 35 de ellos.-, una comedia que, aunque no termina siendo la esencia propia de lo que a posteriori representará para el cine Quentin, se empiezan a atisbar reflejos de su lenguaje y manera de dirigir. Más tarde llegarán los planos picados y el placer por sacar los pies de las actrices siempre que le sea posible.

Y, aunque se tome como punto de partida Reservoir Dogs, lo cierto es que El cumpleaños de mi mejor amigo, cortometraje grabado con una cámara sujetada por cartones, y donde el protagonismo se lo reparten los dos guionistas, es la primera aparición en el mundo del cine de Tarantino. No es su obra maestra, ni mucho menos una película que trascienda los tiempos y sea la muestra de cómo dirigir una superproducción; pero grabar con dicho presupuesto, con los medios disponibles, y durante casi tres años, es de un mérito tremendo para un director que, con el paso de los años, aglutinaría en su haber participaciones de las mayores estrellas del panorama. (Samuel L. Jackson, John Travolta, Leonardo DiCaprio, Uma Thurman…)

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La obra no trasciende lo que debería -35 minutos arrasados por las llamas no son para menos- y, quitando la admiración que se pueda profesar por la persona que está detrás de la cámara, la película se torna aburrida y con demasiados desbarajustes –no olvidar los escasos medios.- pero resulta de obligado visionado para la comprensión del estilo Tarantiniano y de lo que a la postre será este hombre para Hollywood. Es curioso, agradable y ligero, y deja entrever que el talento es algo que se posee de manera innata, pero que se puede entrenar y perfeccionar hasta límites insospechados.

Los actores no actúan, la música se descontrola con un guión que, aunque cuidado, genera demasiados errores; la grabación no es segura y el escenario contiene demasiadas sombras. Incluso hay actores que entre plano y plano cambian su peinado. Pero a pesar de ello, se realiza un trabajo decente e, insisto, curioso, del cual, sin trasfondos ni un antes y un después, se puede disfrutar de poco más de media hora dedicada al comienzo de un grande y su primera interacción con la cámara.

En definitiva, hay más ganas y esfuerzo que talento, y posee lagunas del tamaño de la Península Ibérica, pero es un fiel reflejo de los comienzos que hicieron grande al director de un buen puñado de títulos reconocidos mundialmente; y a la vez podemos disfrutar del Big Bang de Quentin Tarantino, un director al que amarás u odiarás, pero del que jamás podrás negar que su manejo de ciertos factores cinéfilos resulta labor cargada de profesionalidad y talento.

Al final, hay tanto talento como ganas, y todo nació de El cumpleaños de mi mejor amigo, de rodar con unos amigos, y de 5000 dólares de presupuesto.

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