De lo fantástico y utópico

¿A dónde nos transporta la fantasía?

La imagen comienza correlativa a la realidad; entre el mundo fantástico de la imaginación y la maravilla autóctona del ingenio. Son muchas horas y muchos calentamientos de cabeza para crear esa especie de velo mágico que envuelve la fantasía con mundos magníficos y que escapan a las imaginaciones más desgastadas.

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Marca la relación entre la posibilidad y el hecho de crearla en sí lo bueno que sea dicho ingenio, dicha clarividencia. Y así se marca el punto de partida de la utopía más extraña y extravagante que una mente pueda promover. La idea es el sinónimo del proyecto al sueño, y es necesario ese sueño para la consecución de estas maravillas fantásticas que engañan nuestros ojos y embelesan nuestra propia fábula; acercándonos a mundos, a ficciones, que creemos irreales pero que soñamos auténticos.

Y nuestra mente, nuestra apertura de los ojos sensitivos o de la mirada irreal, promueven un paso importante –importantísimo- en el hecho de apreciar y sentir estas quimeras ideales que cierto ingenioso personaje ha podido crear por y para nosotros. Así, nos acercamos a ellos; bailamos, reímos, cantamos, paseamos, follamos, lloramos y ganamos en estos mundos tanto, o más que sus propios creadores; siempre que nuestro sentido de lo ficticio y falaz; de lo ilusorio, sea abierto a ello; y nos precede a una sensación única de viaje y movimiento; de vida en un mundo que no es el nuestro, que no es el natural, y que está condenado a la no existencia.

Lo inerte se viste pues de posible; y lo más inútil se demuestra ante sí mismo como el sagaz héroe que revoluciona el maravilloso mundo que no conocemos; y donde no hacen falta guías, ni sherpas. Simplemente viajamos con la brújula de nuestro fuero interno y el sueño irreal de hacer auténtico lo no posible; dando vida, a todos los periplos que nuestros sentidos anhelen, para acontecer ante la chispa de la vida como un ser capaz, y sobre todo posible y presto a vivir; ya sea en lo real o en lo ficticio.

Pero… ¿Dónde entra el cine en todo esto?

En la posibilidad. Si, simplemente ahí. Es decir, ya que todo posee su explicación: todo lo relacionado con el celuloide, con los mundos fantásticos en términos irreales ha tenido una imaginación detrás; y así se ha creado lo que nos mueve a estos mundos, y a estas ilusiones que, gracias a este arte, conseguimos ver lúcidas, cercanas, vivas y en movimiento. Esto convierte al cine en la mejor agencia de viajes del mundo, y nos demuestra la posibilidad de acercar los sueños virtuales a los deseos terrenales.

Todos estos mundos que, de una forma u otra se acercan a nosotros a través del celuloide, se encuentran vírgenes a los ojos de todos salvo del creador del mismo; que juega y mezcla ingredientes en la coctelera de su iniciativa y clarividencia, para mostrar a los mortales su poder creativo, y hacer del asombro y el sueño su más alabada ovación.

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El proceso de la imaginación puede ser generado desde el nacimiento, y poseerse desde el momento justo en el que los ojos ven la luz por primera vez; pero por otro lado, puede partir desde el punto del trabajo y el dolor de cabeza; llegando a ser un autentico quebradero anhelante de la consecución del pensamiento principal.

El continuo flujo de posibilidades que envuelve la creación de estos utópicos destinos se encuentra en un punto sin final. Todas las posibilidades que abrazan a ideas y pensamientos, son capaces de ser creadas y transcritas al celuloide para nuestro uso y disfrute. La fortaleza del conocer y del querer está en continuo movimiento entre ideales y mentes, y nos sostiene; fieles a un lugar que deseamos y no tocamos, a ser unos seres deseosos de aparecer en ellos, y transitarlos como alma que lleva el diablo.

Y, claro; en torno a estas maravillosas utopías y fantásticos emplazamientos creados por la mente, tiene mucho; muchísimo que ver la imagen. La creación de estos lugares que nos hacen soñar con la posibilidad de su verdad y existencia, tiene su máximo exponente en el hecho de que es la imagen la que nos deja observarlos; y que, esta, junto a los otros ingredientes que conforman la macedonia, nos fabrican el sueño; el deseo.

La fuente de todo lo que acontece a estos mundos de los que hablamos, reside en la historia y el nudo de la misma que se nos crea y relata; así, las posibilidades aumentan en categorías superlativas a la hora de la creación en sí; y de un mundo, confluyen muchos más que nos acercan a lugares diferentes, pero excitantes, y que mantienen nuestro culo inquieto en la butaca del viaje; que nosotros utilizamos como nave espacial, Roheryn, Toruk,  y un largo etcétera.

Y viajé…

Arranqué pues mi DeLorean; y atravesé el Andén 9 y ¾ rumbo a Hogwarts. Me hablaron de un castillo mastodóntico y antiguo; donde las escaleras danzaban a su albedrío y los cuadros tomaban vida ante la mirada. Y entre la piedra filosofal y el cáliz de fuego viví durante años, descubriendo que hay mucha más magia de la que es invisible a la vista. Harto de hechizos y cerveza de mantequilla, me hice alcohólico; y entre pintas en La milla de oro y no; comencé mi carrera como pirata, a bordo de un barco lúgubre y henchido de ron, suciedad y venganza. A bordo de La Perla Negra surqué mares y océanos, convirtiéndome en capitán y, sin duda, en el peor pirata del que jamás hayan oído hablar. Pero la vida te mueve según el viento que sople en multitud de ocasiones; tantas, que tiempo después me encontré convertido en Jedi, y formando parte de la bella ciudad Coruscant, en una galaxia muy muy lejana. Los viajes interestelares son largos, y están plagados de cientos de especies y dificultades variopintas por las que atravieses, creándote a ti mismo líder de aventuras y forofo de emociones. El viaje en El Halcón Milenario me llevo hasta un planeta cubierto por vegetación, donde El árbol madre condensa la vitalidad que conllevan los Na’vi. Allí, en Pandora, descubrí que la vitalidad fosforita de la vegetación aúna la mente con el espíritu; y donde la fuerza consiste en ser, y en estar en paz con el espíritu principal sobre el que se mueve todo lo relativo a la vida. Un mundo bello e impactante, donde dicho espíritu te recibe con levitantes medusas lúcidas por sí mismas que nos muestran el aprecio y la concordialidad que puede existir. Pandora era un lugar feliz, sobre todo tras la victoria de la especia autóctona; y con todo controlado, partí rumbo hacía donde la vida me llevase. Y vaya maravilla: Minas Tirith, Rivendel, e incluso El abismo de Helm, me esperaban. La tierra media, el lugar por excelencia de Hobbits, orcos, elfos y Ents; entre otros. Un anillo para gobernarlos a todos; un pequeño ser llamado Golum; el calor abrasante de Mordor y muchas más aventuras me acompañaron por todo el recorrido, mientras fumaba pipa y bebía cerveza. La vida allí era un no parar, y todo se resumía a la lucha continua para conseguir sobrevivir, y en los millones de elementos que resumían el mundo: una delicia para la vista. Abandoné estar tierras; pero no con un adiós; si no con un hasta luego. Me esperaba Tim Burton; que me quería enseñar no se qué. Y viajamos; entre Una fábrica de chocolate, donde conocí a un tal Charlie; perseguí a un conejo con Alicia en el País de las Maravillas; fui a recortarme la perilla a la calle Fleet; visitamos Sleepy Hollow una fría noche de invierno y muchísimas más aventuras. Sin duda fueron viajes inmensos, y maravillosos.

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Pero, por mucho que descubrí, el mejor momento llegó con la mezcla de todo; con la multitud de mundos que descubrí, y de imágenes que pude apreciar. Descubrí aventuras, lugares y maravillosas estancias que me hicieron a mí mismo, y me demostraron que, estés donde estés, tu sitio estará de verdad donde tú quieras; y me ayudó a descubrir que, por mucho que me guste La banda y la flor, Calderón no tiene ni puñetera idea de los sueños.

Pero ya lo dijo Rick (más o menos): Siempre tendremos París. 

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