Los orígenes de Chaplin: Desmitificación y mito de Charlot
(Especial Chaplin, Vol. 1)

Prácticamente cualquier persona que piense en cine mudo (e incluso podríamos decir que cualquier persona que piense en el cine como un arte) recibe rápidamente el destello de una silueta: la de un vagabundo de andar patizambo apoyado sobre un fino bastón a medio flexionar, envuelto en un polvoriento frac desarrapado y unos pantalones bombachos, coronado por un bombín, y, sobre todo, caracterizado por un corto bigote que mide poco más del ancho de su nariz. Como toda criatura viviente esta figura tiene un nombre, Charlot, un padre, Charlie Spencer Chaplin, y, por supuesto, una historia, pues incluso los mitos, como las tan admiradas mariposas, tienen una biografía, aunque a veces esta cierta humanización implique necesariamente su desmitificación, pues el paso por la crisálida nos lleva casi siempre a reconocer el rastrero pasado del insecto.

1. El gusano

Si bien la figura del actor ha quedado grabada en la retina de casi todo conocedor de la existencia del séptimo arte, su potencia no se limita a su valor caricaturesco, sino especialmente a una serie de valores como la humildad, la inocencia, el altruismo o la piedad. Sin embargo, el personaje de Charlot no siempre se identificó con ese perfil del vagabundo entrañable, sino que sufrió una enorme evolución desde su nacimiento hasta la consagración del mito. Si acudimos al primer corto en el que actuó Charles Chaplin, ‘Making a Living’ (1914), podemos ver rápidamente una suerte de proto-Charlot en el cual lo primero que salta a la vista es una evolución física, pues si bien los trazos físicos básicos del personaje son los mismos (bigote, sombrero, bastón, traje aristocrático y pobreza), el aspecto (especialmente ese bigote a lo “hermanos Dalton”) y, sin duda, la emoción que nos transmite dista radicalmente de su futura mitificación: frente a aquel vagabundo entrañable encontramos un timador aprovechado capaz de todo para ganarse la vida.

Ciertamente, el personaje que se puede ver en esta primera aparición de Chaplin no puede ser considerado como el Charlot que todos conocemos, pues no se asemeja a él en nada tangible: ni en personalidad ni en apariencia. No hay que esperar mucho, sin embargo, para poder encontrarnos con un primer boceto del Charlot que todos conocemos, pues en el siguiente cortometraje para la Keystone, ‘Kid Auto Races’ (1914) todos los aspectos físicos por los que reconoceríamos inmediatamente a nuestro sospechoso se encuentran ahí. No obstante, rápidamente podemos ver que hay piezas que no encajan en nuestro puzzle mental e intuimos un enorme abismo que media entre este Charlot y aquel entrañable vagabundo del que todo el mundo se acabaría enamorando: la expresión facial, la actitud, el cigarrillo… y en general la actuación de Chaplin nos muestran a un vagabundo antipático, ávido de protagonismo y rebelde.

A lo largo de estos cortos iniciáticos vemos ya dos rasgos fundamentales que distan radicalmente del personaje que estamos acostumbrados a ver.

En primer lugar, la actitud picaresca y maliciosa tan visible a lo largo de ‘Making a living’ (la piedad que intenta despertar al inicio en su partenaire, el robo de la cámara y la publicación de las fotos al final del mismo, etc.) se ve sustituida en obras futuras por una cierta inocencia acompañada de un increíble ingenio, que es lo que permite mantener la comicidad de la picaresca al mismo tiempo que la dignifica.

Acorde con ello, podemos observar que el rol ejercido por Charlot pasa de ser proactivo a ser reactivo, es decir, que en vez de preocuparnos por “qué es lo que va a hacer” pasamos a preguntarnos “qué es lo que le va a pasar”, un punto que es clave para poder alcanzar esa empatía tan característica con el personaje del cual queremos saber cuál es la ingeniosa respuesta que encontrará al lío en el que (sin querer) se ha metido y ya no cuál será la próxima malicia que se le pasará por la cabeza.

Esto nos lleva directamente al tercer elemento característico, el cual afecta directamente a la percepción moral que tenemos del mismo: su “egocentrismo egoísta” se acabará viendo desplazado por – digámoslo así – una “invisibilidad altruista”. Es fácil ver la diferencia entre el vagabundo que se cuela en todos los planos de la carrera de coches en ‘Kid auto races’ y el arranque de ‘El Circo’ (1928), donde Charlot acaba devolviendo la cartera que le acusan de robar sólo para que le dejen tranquilo, o incluso comparar al Charlot borracho de ‘One AM’ con los disparatados efectos que el personaje sufre en ‘Tiempos modernos’ (1936) tras ingerir involuntariamente una gran cantidad de cocaína.

2. La crisálida

Estas tres variaciones que acabamos de ver no se dan, no obstante, de forma repentina y gratuita sino que son el proceso de una elaboración del personaje y de un cambio de tono en la forma de contar las andanzas de su protagonista. Poco a poco las películas de Charlot van desplazándose del género burlesco al melodrama, dotando con ello de más profundidad a sus personajes y de una elaboración más complejas de las tramas, lo cual para algunos, como el teórico de cine y psicoanalista Jean Mitry, estuvo lejos de consistir en una mejora pues, como dice en una entrevista sobre Chaplin, en aquella etapa “las escenas cómicas espectaculares estaban rodeadas de lazos sentimentales y realistas”, lo cual enlaza perfectamente con el testimonio de Bazin cuando dice “prefiero la riqueza equívoca de ‘El peregrino’ donde el arte no es trastornado y ablandado por la preocupación de valores psicológicos y morales”. En cualquier caso, este proceso de cambio, cuyo primer gran hito es ‘The Vagabond’ (1916), resulta indudable, así como el hecho de que gracias a este volantazo genérico es como consiguió la aceptación de todo tipo de público y su profundo valor como símbolo no sólo del cine sino también del humanismo contemporáneo.

Sin embargo, es en el momento en que se introduce en el terreno del largometraje y toma el timón de la producción con su compañía United Artists cuando aparece la inolvidable ‘El chico’ (1921), donde comienza a tomar fuerza el mito que permanecerá desde entonces en la retina de todo el mundo. Aunque en este film aún podemos encontrarnos algunos de los rasgos de aquel primer Charlot (el egoísmo en su intento de deshacerse del niño en vez de adoptarlo, la pillería al usar al chico para romper ventanas que luego él se ofrecerá a arreglar, etc.) rápidamente reconocemos esos tres elementos de los que hablábamos antes (inocencia, actitud reactiva e invisibilidad altruista) y que harán derramar algunas de las lágrimas de llanto y de risa más icónicas del séptimo arte… si bien, como toda biografía, terminará exigiendo a gritos la sonora llegada su propio final.

No te pierdas la parte II de estos post dedicados al genio de genios.

La muerte de Charlot: El crimen perfecto de Chaplin (Parte II)

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