‘La isla mínima’ (Alberto Rodríguez, 2014)

Dos policías, ideológicamente opuestos, son expedientados. La sanción consiste en ir a un remoto pueblo de las marismas a investigar la desaparición de dos chicas adolescentes.

En una comunidad anclada en el pasado, tendrán que enfrentarse a un feroz asesino.

Muchas son las voces que se alzan destacando las similitudes entre la nueva película de Alberto Rodríguez y la gran obra de Nic Pizzolato (True Detective).

Es cierto que el tráiler ayuda a que se hagan referencias a esta serie, y que en los diez primeros minutos nos lo recuerda: los planos, los paisajes, la pareja protagonista… Pero antes de que te des cuenta, te habrás olvidado completamente de las historias sobre sectas religiosas en los campos de Louisiana, para adentrarte en la isla mínima.

Nada tiene que envidiar el Guadalquivir al Mississippi, la España profunda de la transición, a la América sureña de las sectas, ni el pasado de un policía oscuro interpretado por un magnífico Javier Gutiérrez, al secretismo y nihilismo del Rust que nos presenta Matthew McConaughey.

Alberto Rodríguez (Grupo 7, 7 vírgenes, El factor Pilgrim) consigue atrapar en cada plano la desasosegante atmósfera de un pueblo en el que todo el mundo oculta algo, al igual que nuestros protagonistas. Las similitudes que ha conseguido atribuir entre Pedro y Juan con Rust y Marty (True Detective) son obvias si tenemos en cuenta que tenemos dos policías de ideologías y formas de entender la vida muy diferentes y se ven envueltos en la misión de encontrar a un despiadado asesino que parece escabullirse en cada paso que dan.

Para hacer posible este thriller español, nuestro director se ha ayudado de grandes actores que han hecho posible que esta gran obra, sea aún más grande. Como figuras centrales, cuenta con Raúl Arévalo (La vida inesperada, Los amantes pasajeros, Balada triste de trompeta) que interpreta a Pedro, uno de los dos policías protagonistas, y que de una manera u otra, consigue atraparnos con su frialdad y desencaje, y Javier Gutiérrez (Zipi y Zape y el club de la canica, Águila Roja: La película, Al final del camino) que borda la potencia, vehemencia y complejidad ética que rodea a Juan. Destacar la breve actuación de Antonio de la Torre (Caníbal, Grupo 7, Gordos) caracterizando excelentemente a Rodrigo, un padre severo y afligido de una no tan remota época; Nerea Barros (El oro del tiempo, Rafael, León y Olvido) haciendo arrolladora su presencia, encarnando a Rocío, una mujer madura de pueblo, sometida a su marido, pero dura y recia a su vez; Jesús Castro (El niño) que está demostrando que es capaz de mejorarse a sí mismo.

La historia va creciendo poco a poco, mostrando unos paisajes imborrables y unos personajes que no olvidarás fácilmente, a la vez que se va desarrollando una trama oscura pero a la vez, muy creíble, donde deja claro que la España profunda existe y existió, y hay lugares donde por mucho que avance la sociedad, sus reglas y sus tradiciones permanecerán estables por un largo tiempo.

La inteligencia que se demuestra desde el propio guión es digna de elogio, remarcado a la hora de mostrarnos las pistas, funcionando en la atención al detalle con toda certeza. La dirección es más de lo mismo, estructurando la película como una investigación inicialmente en conjunto, luego en paralelo alternando personajes y concluye incorporando ciertos planos aéreos que podrían funcionar como finales de un mismo capítulo. En cierto sentido, se ve que podría haber una serie con mucho más metraje, porque los personajes principales son interesantes, y el director se atreve incluso a cerrar subtramas de forma razonable, aunque Antonio de la Torre está bastante desaprovechado.

Como en cualquier buen thriller que se precie, la dosificación de la información y el juego con el espectador son dos constantes que consiguen tenerlo atrapado en el asiento de principio a fin, pero quizás la mayor de las virtudes de la película es la de saber contar tanto como saber esconder sus secretos.

La música, aunque a veces se echa de menos algo más para envolvernos con más profundidad en el suspense, está muy lograda en muchas situaciones que se dan, y en eso, Julio de la Rosa es el que acierta.

La isla mínima sorprende desde sus primeros planos. Brillantes planos aéreos del Coto de Doñana y de las orillas del Guadalquivir por parte de su encargado de fotografía, Alex Catalán, muestran su poderío.

 

Contamos con una película en la cual, su mayoría está compuesta por un cine puro, con estilo propio y un ritmo imparable, aunque el sprint final que sufre para dar la última campanada es un poco precipitado.

No hay duda, de que para Alberto Rodríguez, La isla mínima, es su obra máxima.

 

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