‘La casa del tejado rojo’ (Yôji Yamada, 2014)

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Gracias al increíble éxito internacional que tuvo ‘El ocaso del samurái’ hace ahora diez años, el nombre del realizador japonés Yôji Yamada empezó a ser conocido por estos lares. Un veterano cineasta que sabe explorar desde el chambara (cine de samuráis) hasta el costumbrismo local del que Yasujiro Ozu supo hacer escuela. Ahora llega ‘La casa del tejado rojo’, basada en el best-seller de Kyoko Nakajima y ganadora el Oso de Plata a Mejor Actriz en la edición 2014 de la Berlinale.

En 1936, Taki deja su familia en el campo para ir a trabajar como criada en una casa moderna con un tejado rojo a dos aguas en las afueras de Tokio, el tranquilo hogar de la bondadosa Tokiko, su marido Masaka y su adorable hijo Kiochi. Pero cuando aparece Shoji Itakura, Tokiko se siente irresistiblemente atraída por él. Taki es leal a Tokiko y cuida de la familia a pesar de ser consciente de esa relación secreta. Sin embargo, llega el momento en que debe tomar una desgarradora decisión. Sesenta años después, la anciana Taki escribe la historia de su vida en un cuaderno, rememorando los días que vivió en la casa del tejado rojo. La alienta a seguir su joven sobrino Takeshi, que espera impaciente que acabe cada capítulo para leerlo. El tiempo pasa y Taki muere. Mientras ordena sus pertenencias, Takeshi encuentra un sobre cerrado sin destinatario, que le empujará a intentar descubrir la verdad de un secreto que Taki ha guardado hasta los últimos días.

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Yamada ha creado una nueva delicia visual, este melodrama está cuidadamente bien ambientado. Cierto es que tiene aire de estudio de cine clásico, de ahí que el encanto que tiene sea de un tipo de cine que pretende homenajear a esa época de oro. En Occidente se ha podido ver en filmes como ‘Un hombre soltero’ o ‘Lejos del cielo’ mientras que España esto se ha podido deleitar más en serie como ‘El tiempo entre costuras’. Aquí esa ambientación trae a la mente a Ozu o Mizoguchi, incluso a su contemporáneo Isao Takahata. Una historia femenina, de enfoque clásico, dramático y atrayente.

‘El cuento del tejado rojo’ tiene los elementos esenciales para los amantes del género: Un secreto por ocultar, un amor prohibido, un momento de la historia complicado, un triángulo amoroso. Yamada teje todos estos retales para mostrar un bello lienzo del Japón de la época; ese del que se puede filmar ahora puesto que sabe realizar un filme clásico pero a la vez dándole un enfoque más actual como el tratar respetuosamente el adulterio femenino o mostrar personajes ambiguos que de haberse filmado en un momento anterior no hubieran podido tener cabida.

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A ese haiku sobre las estaciones del año y el paso del tiempo se añade sus excelentes interpretaciones. Desde ese majestuosa Takako Matsu a ese Satoshi Tsumabuki que mira desde la actualidad esta hermosa fábula y que invita al público actual a entrar en este drama de época. Pero las sublimes y que llevan a esta historia a ser recordada son las actrices que interpretan a Taki: Chieko Baishō y Haru Kuroki, premio esta última en Berlín. Una retrospectiva, otra viviéndolo, representan la mirada del supuesto testigo, aquél que parece que no participa pero es realmente el punto de inflexión. Su personaje es una heroína inusual, es la visión de la doncella que cuida, aquélla que suele estar tras los biombos. Un acertado punto de vista para este candoroso amor imposible.

Édith Piaf cantó: “El cielo azul puede derrumbarse sobre nosotros y la tierra puede hundirse pero poco me importa si me amas”. Este delicado canto es un bello homenaje a esa historias cotidianas, a esos amores en tiempos difíciles, aquellos relatos que son tachados despectivamente como “culebrones”; de ellos hace Yamada una historia de amor dignificada como otras obras contemporáneas japonesas como ‘La colina de las amapolas’ o ‘Tokio Blues’; o como ya hizo hace un año y medio en su excelente homenaje a Ozu con ‘Una familia de Tokio’. Este sencillo relato es como un buen vino mirando al atardecer, se deleita sosegadamente y respirando esa esencia que da la propia vida. La fábula se acaba y con ella se observa el horizonte.

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