Crítica de ‘El Séptimo Continente’ (1989)

<<¿Sabes qué me dijo mamá un poco antes de morir? «A veces me pregunto cómo sería si en vez de cabeza tuviésemos monitor para que todos vieran lo que pensamos»>>. Y esto es precisamente lo que hace Michael Haneke en su ópera prima ‘El séptimo continente’: plasmar su pensamiento a través de una crítica que deja a la sociedad en carne viva, dando al espectador la oportunidad de adentrarse en ella a través de la pantalla. La primera parte de ‘La trilogía de la glaciación emocional‘, que completan El vídeo de Benny’ (1992) y 71 fragmentos de una cronología al azar‘ (1994), es sin duda una obra clave para entender la filmografía de este director.

Basada en hechos reales, la película retrata el día a día de una familia de la clase media-alta consumida por la monotonía de una vida carente de sentido. Los protagonistas, Georg (Dieter Berner), Anne (Brigit Doll) y su hija Evi (Leni Tanzer), son víctimas de la rutina, un miembro más de esta acomodada familia. Una mentira contada por la pequeña en el colegio echará por tierra la aparente vida apacible de los protagonistas, que intentan huir a toda costa del hastío que les abruma. Para ello deciden viajar al Séptimo Continente, lugar donde se desharán de todos sus bienes materiales en un intento de vivir al más puro estilo espiritual.

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Un coche en el túnel de lavado refleja la opresión de la que son víctimas los personajes. Una pecera en el salón contempla la repetición cíclica de los acontecimientos. Los desayunos familiares con el tintineo de los cubiertos como único sonido descubren la gran falta de interacción emocional existente. Y una familia sentada en el sofá frente al televisor es la viva imagen de una sociedad víctima del consumismo, de los bienes materiales y totalmente dependiente de objetos que no necesita. Una sociedad carente de espíritu y condenada al fracaso.

Ya desde sus comienzos, Haneke nos enseña cómo se deben contar historias a través del simbolismo. Y en esta película utiliza la metáfora en su máxima expresión. Los planos largos son una constante en el transcurso del film, al igual que en la filmografía posterior del cineasta. Estos vienen acompañados de una necesaria voz en off, y el conjunto adentra al espectador en cada detalle de la inerte vida de los protagonistas. La presencia de varios segundos en negro entre toma y toma consigue dar un ritmo lento y pausado al film, que además tiene como única banda sonora los ruidos de la radio y de la televisión (nunca el ‘Si tú eres mi hombre’ de Jennifer Rush, dijo tanto). Observemos, asimismo, la ausencia total de cualquier plano exterior: un coche, un salón, una habitación, una cocina e incluso una pecera son los escenarios que Haneke elige para retratar la asfixiante realidad. Todo ello se ve potenciado gracias al uso del gris como tonalidad principal.

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Como ya comentamos en la introducción a nuestro monográfico ‘De lo sórdido e inhumano: Michael Haneke’, la filmografía del cineasta pretende acercar al espectador al lado más oscuro del género humano. Veinticinco años después de su rodaje, la película no queda obsoleta. Reflejó en su momento las carencias de la sociedad burguesa europea, y a día de hoy evidencia con maestría la desintegración familiar. En 104 minutos, Haneke muestra una sociedad alienada, sistematizada y víctima de su propia forma de vida, que se autodestruye con pequeñas dosis de infelicidad. Una sociedad inmunda a la que hace referencia el título del film, ya que se denomina ‘Séptimo Continente’ a una isla de cuatro millones de toneladas de basura flotante ubicada en el Pacífico,  resultado de la indiferencia y de la despreocupación humanas. Grande, Haneke.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), para 2020 se prevé que la depresión sea la primera causa de incapacidad en el mundo. A día de hoy, se trata de un transtorno psiquiátrico importante. Y Haneke ya nos lo contaba en 1989. Estamos, por tanto, ante la visión futurista de un director que sin necesidad de recurrir al gore, es capaz de incomodar al espectador, mientras lo invita a hacer una profunda reflexión acerca de la autodestrucción que golpea cada vez con más frecuencia a la sociedad en la que vivimos.

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