‘Corn Island’ (George Ovashvili, 2014)

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Dijo Ovidio: “Un campo se agota con el laboreo sin tregua”. Es curiosa cómo es la vida que entre dos películas preseleccionadas para la nominación al Oscar a Mejor Película Extranjera estuvieran dos cintas que trataran un mismo hecho histórico pero con diferente perspectiva, la estonia ‘Mandarinas’ (que consiguió la nominación) y la georgiana ‘Corn Island’, que se alzó con el premio a Mejor Película en el Festival de Karlovy Vary, que junto con el de Locarno, son unos de los más prestigiosos e interesantes últimamente.

Las primaveras son muy lluviosas cerca del río Enguri. Con la crecida del agua, se provoca una precipitación de barro y lodo que, debido a lo abundante que resulta, provoca una acumulación grande de tierra que forma grandes islas en mitad del río. Esos islotes tienen un suelo fértil y beneficioso. Por ello, los aldeanos de la región georgiana de Abjasia cultivan maíz en las islas durante el verano. Como todos los años, un anciano y su pequeña nieta van a plantar las mazorcas. Pero están en 1992, en plena guerra, y los soldados acechan.

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Al igual que su compatriota Zaza Urushadze con ‘Mandarinas’, George Ovashvili habla de la Guerra de Abjasia. Un hecho histórico dolorosamente reciente y del que apenas se ha podido hablar más allá de las noticias de la época. Si la propuesta de Urushadze se metía de lleno entre los beligerantes, Ovashvili decide mostrar un enfoque más sutil, más inhóspito también. Porque ‘Corn Island’ es una obra que roza el documental, la prácticamente ausencia de diálogos obliga a centrarse en las sensaciones, en las miradas, en el movimiento, en la relación del ser humano con la naturaleza.

La guerra sí está presente pero de manera amenazante, con la angustia de poder ser atacado en cualquier momento. El miedo a la incertidumbre es lo que planea en todo momento. A ello se suma la metáfora de la isla donde el anciano y su nieta cultivan maíz. La vida, pese a las guerras, no se detiene, con lo cual, no se puede descuidar la cosecha, incluso en épocas bélicas. Esa isla es efímera, se sabe que en otoño desaparecerá. El protagonista sabe que si no recolecta, morirá de hambre, y, con esa muerte rodeándole, decide seguir cultivando el maíz, no le queda otra opción.

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Con lo cual, Ovashvili se limita a filmar los ciclos de la naturaleza, el transcurso del paso de la vida. Sus otros protagonistas son el viento, la afluencia del río, el crecimiento del cultivo, el sonido de las lluvias. Sin embargo, el ser humano es temeroso, más que de las guerras, de la misma naturaleza. Cicerón lo dice: “La tierra nunca devuelve sin interés la simiente que recibió”. El protagonista no teme tanto los soldados de cada bando, lo que más le aterra es el río, la isla en la que debe plantar mazorcas si quieres sobrevivir.

Los soldados y su tosca representación son los que provocan el diálogo, la ansiedad. Aquí el director contrapone los silencios de los protagonistas con la naturaleza pero en comunión con ella, con lo incómodo de las palabras, aquellas que disfrazan la verdad para poder sobrevivir. También se percibe una ligera, muy sutil realmente, denuncia a la imagen de la mujer como trofeo de guerra.

Una pieza delicadamente filmada, minimalista, austera y salvaje, eso es lo que puede definir mejor a ‘Corn Island’, una producción donde se puede vislumbrar que realmente es la propia tierra quien debe tener el poder de dar vida y matar y no la cruel acción del humano en una guerra, donde realmente nadie gana. Un viaje sensorial a las etapas de la vida, una maravilla visual.

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