Cine y música (II):
Los musicales modernos en 12 películas

Tras haber visto en la primera parte cómo el cine y la música se daban la mano con la llegada del sonido para terminar bailando un un largo y emocionante vals durante tres décadas, ahora nos encontramos con nuevo escenario. El cine ha ido perdiendo poco a poco su ingenuidad y acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial han hecho mella en el ánimo de la gente, que cada vez se cree menos las historias de lujo, rosas y magia y pide más realidad y más rebeldía, en definitiva, más carpe diem. Para ello, el rock aparece como un agua beatífica que, si bien dio lugar a algunas de las películas musicales más emocionalmente naïf, también abrió la puerta a rebeldías formales y a nuevas formas de entender la música que, con el tiempo terminarán derivando en una integración más natural de la música a través de la melomanía y no de la ensoñación. Por eso, esta segunda etapa la dividiremos en dos bloques: 3) Rock, rebeldía y baile; y 4) El post-musical y la melomanía.


3.
Rock, rebeldía y baile


Con los años 70 el cine se encuentra en un momento de transición en el que el clasicismo empieza a hacer mutis por el foro para dejar sitio a la modernidad, un cambio de paradigma se reflejará tanto en las imágenes y en los contextos de los protagonistas (en su mayoría jovenzuelos universitarios y ligones) como, sobre todo, en la música, donde la magia del jazz y el swing cederán todo el protagonismo a la energía del pop y el rock. Aunque hay quien quiere ver en este replanteamiento del género una muestra de su decadencia, éste se encuentra totalmente revitalizado, si bien lo hace desde una perspectiva totalmente nueva. Pasen, vean, canten y bailen.

‘Jesucristo Superstar’
(John Badham, 1973)

Empezamos nuestro recorrido con un musical que mezcla sorprendentemente rock, funky e historia bíblica contada desde la perspectiva de Judas Iscariote. Basado en el disco homónimo de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice que luego pasaría a ser un musical de Broadway hasta su salto a la gran pantalla. En ella, ya se ve un tipo de musical distinto, con una estética mucho menos clásica y una música tremendamente enérgica que le convertiría en la opera rock por excelencia, donde (un errático) Camilo Sesto pondría la voz en su versión en español.

‘Fiebre del sábado noche’
(John Badham, 1977)

La segunda parada de este recorrido por el cine y la música rock ya no es un musical propiamente dicho, pero en ella la música sigue siendo la espina dorsal. Los actores no se ponen a cantar de repente y a compartir extrañas ensoñaciones, sino que se relacionan en la pista de baile. Su personaje principal, Tony Manero, es un joven neoyorkino con una vida intrascendente que, sin embargo, brilla con luz propia cuando se pone a bailar funky en la discoteca al ritmo de los Bee Gees o The Tramps. Con un tono mucho más serio y trágico que el que se exponía en el musical clásico, John Travolta saltó a la fama con esta película que ha acabado pasando a formar parte del imaginario colectivo gracias, sobre todo, a sus bailes y a su mítica banda sonora.

https://www.youtube.com/watch?v=bq4ZMKqWk80

‘Grease’
(Randal Kleiser, 1978)

Hablar de ‘Grease’ es, para la mayoría de los aficionados al cine (y no tanto), hablar de EL MUSICAL con mayúsculas. Sus canciones han pasado a formar parte del día a día de todos nosotros y no hay persona que no se lance a cantar, bailar o tararear al menos «You’re the one that I want» o «Summer nights» en cualquier karaoke. Una historia más sencilla que el mecanismo de un chupete sobre un chico y una chica adolescentes que están siempre acompañados de sus respectivos grupos de amigos y de amigas, respectivamente, y que se conocen y enamoran sin querer admitirlo durante un verano. Una película fresca, naïf, divertida, rock’n’rollera, muy hortera y con unas canciones tan pegadizas como la gomina de su título pero que, guste más o menos, ha marcado indudablemente un hito dentro de la relación entre el cine y la música gracias a su intento por recuperar y actualizar parte de la magia del musical clásico.

‘The blues brothers’
(John Landis, 1980)

Si ‘Fiebre del sábado noche’ era la película de la música disco y ‘Grease’ la del rock’n’roll, ‘The Blues brothers’ es la película del soul y del rithm’n’blues. Con un sentido del humor mucho más inteligente y absurdo que el de las dos películas mencionadas anteriormente y con un descaro aún mayor, el incorregible John Landis nos trajo a Jake (John Belushi) y Elwood (Dan Aykroid) a la gran pantalla tras su paso por Saturday Night Live en una película sobre una misión divina que mezcla magistralmente música, comedia y género policiaco. No sólo eso, sino que los Blues Brothers se ha convertido además – con sus trajes negros, sus sombreros y sus gafas de sol – en un referente estético a medio camino entre el gangster y el cantante de rithm’n’blues. Una joya imprescindible donde, además, contaremos con la inolvidable participación de estrellas míticas del soul y el blues como Aretha Franklin, Ray Charles o John Lee Hooker.

‘Pink Floyd The Wall’
(Alan Parker, 1982)

La ópera rock es uno de los puntos álgidos de la relación entre el cine y la música en estos años. Después de haber visto las películas de ficción de The Beatles y al mismo tiempo que salían obras como Tommy (Ken Russell, 1975) o Quadrophenia (Franc Roddam, 1979) partiendo de la música de The Who, Alan Parker tomó el album conceptual ‘The Wall’ de Pink Floyd para narrarnos la historia de Pink, un músico de rock ficticio que intenta protegerse de todos sus traumas a través de la construcción de un muro metafórico a través de la música y las drogas, dando lugar a una de las cumbres de la psicodelia.

‘This is Spinal Tap’
(Rob Reiner, 1984)

La madre de todos los documentales sobre bandas de rock es un falso documental sobre una banda de rock inexistente. En una época en la que los documentales sobre bandas como ‘Gimme Shelter’ (1970) sobre los Rolling Stones, o la mítica ‘The last waltz’ (Martin Scorsesse, 1978) sobre el último concierto de The Band, se habían abierto un hueco importante en esa relación entre la música y el cine, ‘This is spinal tap’ llegó para superarlos a todos a través de la ficción y de la mofa, gracias a sus divertidísimas caricaturas de los integrantes de una banda de rock, donde los egos, el esperpento y las extrañas desapariciones de los baterías marcan constantemente el ritmo.

‘Dirty Dancing’
(Emile Ardolino, 1986)

Otra película que vuelve a estar rodeada del horterismo que ya estaba presente en ‘Grease’ o en ‘Fiebre del sábado noche’, pero que, al igual que esta última, se toma a sus personajes con total seriedad. Aquí ya no hay lugar para la magia o la ensoñación, sino recompensa por el esfuerzo, romanticismo y, sobre todo, mucha sensualidad: sus personajes ya no cantan sino que se comunican con el cuerpo en un contexto absolutamente realista donde todo baile viene acompañado de una canción totalmente diegética que o bien muestra un ensayo o bien muestra una representación. Si bien no es una obra maestra, sí que es uno de los referentes más claros actualmente del cine sobre baile, que al fin y al cabo es una forma más de vincular cine y música. Es innegable admitir el carisma y el atrevimiento de sus dos protagonistas, Patrick Swayze y Jennifer Grey, y la relevancia que ha tomado con el tiempo su mítica «The time of my life».

‘Los commitments’
(Alan Parker, 1991)

Si a cualquier cinéfilo le pides que te recomiende una única película sobre lo que es montar una banda de rock, en el 90% de los casos seguramente acabe recomendándote ‘The commitments’. Esta divertidísima cinta de Alan Parker nos muestra, con una banda sonora compuesta por canciones de soul-rock interpretadas de forma impecable por su banda protagonista, cómo Jimmy Rabitte consigue montar un exitoso grupo de música negra que les catapultará a la fama local, pero que pondrá en evidencia una versión realista y ególatra de los roles de la mayoría de sus miembros. En definitiva, una cinta mítica que ya sólo por su versión de ‘Mustang Sally’, de ‘Take me to the river’ o de ‘Try a little tenderness’ ya habría merecido la pena, pero que, además, resulta ser una cinta tan divertida como despiadada.


4.
El post-musical y la melomanía


Durante los años 90 el género musical como tal había perdido ya prácticamente todo su esplendor y tan sólo Disney, que aún paría joyas como ‘La bella y la bestia’ (1991), ‘Aladín’ (1992) o ‘El rey león’ (1994) con numerosos bloques musicales míticos, parecía dispuesto a continuar una tradición a la antigua usanza. El cine ya no es inocente y los espectadores lo saben, y aunque no paren de surgir comedias románticas que hagan que la gente sueñe con una felicidad impostada, el público ya no parece dispuesto a soñar con números musicales absolutamente ficticios que suponen una enorme inversión por parte de unas productoras que han perdido todo su poder de antaño. ¿Quiere decir esto que la música deja de vertebrar buena parte de las producciones cinematográficas? No, en absoluto; tan sólo se reinventa y vuelve en parte a aquellos inicios en los que la presencia de la música debía justificarse a sí misma, ser absolutamente diegética y realista hasta el punto de que los números musicales queden siempre justificados dentro de la propia narración por su representación ante un público. Así, la relación entre el cine y la música empieza a desarrollarse en otras direcciones respecto a las anteriores: por una parte, los musicales ya no son el género de masas que era antes, por lo que en su mayoría deben cuentagotas y a veces reinventándose dentro de un cine mucho más independiente; por otra, las películas que giran en torno a la música ya no se dirigen a ese público que quiere soñar, sino principalmente al melómano que quiere conocer momentos de la historia reciente o que quiere ver a personajes que se rodean de música día y noche como él. Como bien demuestran la cantidad de documentales o biopics sobre figuras míticas de la canción pop y rock, por mucho que se diga que el cine musical está muerto, a día de hoy la relación entre el cine y la música – y más aún con cierta recuperación de famosas obras de Broadway – sigue más vigente que nunca.

‘Alta Fidelidad’
(Stephen Frears, 2000)

Posiblemente una de las películas sobre música más paradigmáticas del siglo XXI, y también una de las que más han calado dentro del imaginario colectivo cuando uno piensa en las relaciones del cine y la música en los últimos años. Su visión desencantada y patética de las relaciones, su autoindulgencia, su relación biográfica con la música (ésa que casi todos tenemos), su absoluta naturalidad y, sobre todo, su impresionante banda sonora, hacen que sea una película inolvidable para cualquier melómano (y, en general, para cualquier cinéfilo). No es un musical, no, pero la música tiene tanta importancia dentro del desarrollo de la película (las letras siguen siendo indicativas de los sentimientos de los protagonistas, aunque estos las seleccionen conscientemente entre su colección de vinilos) como en la caracterización de su protagonista, que es una parada obligatoria para hablar de la música en el cine.

‘Bailar en la oscuridad’
(Lars von Trier, 2000)

Una de las características del musical moderno es, por una parte, que a pesar de mantener cierta magia y ensoñación en sus números musicales casi siempre lo hacen con un trasfondo trágico, como una forma de evasión ante una realidad dramática; por otra, se caracteriza por un intento por buscar la musicalidad en lo cotidiano, integrando los sonidos del día a día para producir esa melodía. Este ‘Bailar en la oscuridad’ del siempre polémico Lars von Trier cuenta – como venía siendo tradición en aquellos tiempos – con una cantante de renombre, la islandesa Björk, como principal protagonista y responsable de la banda sonora, y es un ejemplo perfecto de esta nuevo enfoque del cine musical, también presente, por ejemplo, en películas tan sorprendentes como ‘Zatoichi’, una de las cumbres del cine de Takeshi Kitano, que mezclaba el musical con el cine de samurais.

‘Moulin Rouge’
(Baz Luhrman, 2001)

Seguramente la película que volvió a poner a los musicales dentro del punto de mira del gran público. Protagonizada por unos entronizados Nicole Kidman e Ewan McGrergor, la película recupera cierta parte de la magia del musical clásico por el exagerado romanticismo y esteticismo marca de la casa que caracteriza al cine de Baz Luhrman, pero donde la inocencia brilla por su ausencia. Con canciones modernas de grandes artistas del momento como Christina Aguilera (ese mítico ‘Lady Marmelade’), David Bowie o MIA, el director nos trae una tragedia que consiguió convertirla en un referente tanto cinematográfico como musical.

‘Chicago’
(Rob Marshall, 2002)

Si ‘Moulin Rouge’ fue la película que parecía arrojar un rayo de esperanza a la recuperación del género musical como espectáculo de masas tras una errática carrera con fracasos tan sonados como ‘Evita’ (1996) con Madonna, ‘Chicago’ pareció ser su consolidación al llevarse el Óscar a la mejor película en 2002, convirtiéndose así en el primer musical ¡en 34 años! en recibir ese galardón desde que en 1968 lo recibiera la estupenda ‘Oliver’ (Carol Reed, 1968). Mérito para ello no le faltaba: basada en la exitosa obra de Broadway, Rob Marshall consiguió una película dinámica, fresca, divertida y atrevida con un elenco femenino maravilloso y un ambiente en principio poco propicio para los musicales, como es una cárcel para mujeres y un juicio por asesinato, como si fuera un reverso cómico de aquel ‘Bailar en la oscuridad’ de Von Trier. Igualmente, cabe tener en cuenta que, como en la mayoría de los musicales modernos, casi todos sus números ocurren en paralelo a la narración en el escenario de un teatro en vez de integrarlos absolutamente dentro de los escenarios en que ocurre la acción, de forma similar a lo que ocurría en la inaugural ‘Cabaret’ (Bob Fosse, 1972). Por desgracia, ni siquiera este galardón pareció asegurar el destino del género, que volvería caer prácticamente en el olvido a pesar de intentos loables como el de la atrevida ‘Sweeney Todd’ (Tim Burton , 2007), ‘Nine’ (Rob Marshall, 2009) o la ya exitosa ‘Los miserables’ (Tom Hooper, 2012), todos ellos basados en exitosos musicales de Broadway, o el de la esupenda pero poco conocida ‘Ocho mujeres’ (François Ozon, 2002).

’24 hour party people’
(Michael Winterbottom, 2002)

Una de las películas más paradigmáticas de la actual relación entre el cine y la música es esta joya del interesantísimo Michael Winterbottom centrado en la figura de Tony Wilson, el emblemático productor de Happy Mondays o Joy Division. De nuevo, nos encontramos con una cinta dirigida al público melómano, que busca retratar un momento histórico dentro de la historia de la música reciente con un gran sentido del humor y con una impresionante banda sonora que la convirtió en un clásico prácticamente instantáneo. Aquí no hay grandilocuencia, sino desmadre: exceso de drogas, innovación en la música, promiscuidad… todo un retrato de una época que marcó el devenir de la música y que representa perfectamente este nuevo acercamiento a la música desde el biopic más desquiciado y sucio, totalmente alejado de la magia de los clásicos del género musical.

‘Once’
(John Carney, 2007)

El director John Carney sea seguramente el mayor exponente del cine musical contemporáneo, donde se nos habla de gente que vive para la música, y no sólo de gente que, en una especie de fantasía, se expresa a través de ella. Si bien las magníficas ‘Begin Again’ y ‘Sing Street’ conseguían mantener su premisa y su simpatía, la película con la que llegó al cine, ‘Once’, es el musical indie por excelencia. Hecho con poquísimo presupuesto, con un folk-pop pegadizo, romántico, desencantado y esperanzador al mismo tiempo, nos cuenta una historia de músicos callejeros que consiguen ir haciendo realidad su sueño de montar una banda y grabar sus canciones a pesar de no tener apenas dinero para ello. Un retrato de «perdedores» como todos nosotros que, al fin y al cabo, no han perdido la esperanza  de reconciliarse con el mundo y de encontrar su hueco en él derrochando ternura y piedad por los cuatro costados.

‘The sound of noise’
(Ola Simonsson, Johannes Stjärne Nilsson, 2010)

Ésta es, sin duda, la más desconocida de toda la lista, pero aún así es una cinta que está tan ligada con la nueva forma de entender el cine musical, que era imposible no mencionarla. En ella, un grupo de músicos outsiders deciden llevar a cabo un concierto de cuatro piezas compuestas para «seis percusionistas y una ciudad» que se realizan – como ya comentamos antes que era tendencia dentro del género moderno – recurriendo a sonidos y objetos cotidianos en vez de utilizar instrumentos reales, para lo cual deben llevar a cabo actividades delictivas como colarse en un hospital y utilizar a un paciente como tambor o irrumpir como atracadores en un banco bajo el grito «Manos arriba, ¡esto es un concierto!». Una cinta divertida, fresca, con una banda sonora originalísima y que supone un replanteamiento del musical, pues su punto gravitacional ya no es el canto, sino la instrumentación.

‘La la Land’
(Damien Chazelle, 2016)

Tras la magnífica ‘Whiplash’ (2014) (que también podría entrar perfectamente en esta lista), Damien Chazelle nos ha deleitado con el último y más reciente intento por recuperar el musical clásico tal y como lo veíamos en los años 50: con música original de corte jazzero escrita para la pantalla, personajes que cantan y bailan en cualquier situación, que vuelan, que sueñan, que montan números musicales multitudinarios en medio de un atasco, etc. Una historia romántica, divertida y bonita que, sin embargo, acaba quedándose lejos de la inocencia y la magia de aquellos números musicales memorables que nos hacían salir bailando del cine al descompensar la balanza durante su segunda mitad hacia la visión amarga y nostálgica del amor tan característica del cine contemporáneo. A pesar de ser una estupenda película con una belleza estética tremenda, cuando se cierra el telón uno se queda con ese regusto amargo que añora la existencia de más números musicales mágicos como todos aquellos con los que nos deleita en su primera mitad. Esperemos que el siguiente de la lista consiga darse cuenta de que la originalidad del musical a día de hoy ya no pasa por adaptar aquella inocencia a unos tiempos modernos desencantados con la realidad, sino por hacer que el espectador pueda volver a volar.

 


Con esta reciente y estupenda película que no para de dar alegrías a sus responsables (ahí está su exitazo en los Globos de Oro) damos así por cerrado nuestro repaso a las relaciones del cine y la música, que, como hemos visto, van mucho más allá del musical como género, siendo ya parte indiscutible del versátil ADN del cine contemporáneo. Quién sabe si algún día conseguiremos revivir aquel género inocente, naïf y mágico del musical clásico que ya vimos en la primera parte del artículo sobre cine y música; mientras tanto podemos dar por supuesto que el ambos artes se encuentran en un momento dulce de su relación que, aun sin esa exaltación de antaño, sigue mostrándose en sus más versátiles manifestaciones.

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